5 marzo 2024
por Madrid Nuevo Norte
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada habitante necesita entre diez y quince metros cuadrados de zona verde que le garanticen un mínimo de calidad de vida. Un desahogo no solo físico, sino también mental y anímico. Por otro lado, más de la mitad de la población mundial reside en ciudades, porcentaje que alcanzará el 70% en apenas cincuenta años, tal y como apuntan las cifras de Naciones Unidas. Si combinamos ambos datos, es fácil concluir que uno de los grandes desafíos que enfrentan las urbes es crear, ensanchar y promover espacios verdes.
Más que una cuestión estética, que también, el paisaje es una cuestión de bienestar. Para contrarrestar los ritmos frenéticos marcados por la sociedad, a lo largo de la historia se han establecido espacios donde disfrutar del aire libre y de inmensas zonas recreativas como las fincas de recreo, que hoy se han convertido en parques urbanos donde olvidarse por un momento del asfalto y los coches. La quinta de la Fuente del Berro, el jardín histórico de El Capricho o el parque de la Quinta de los Molinos son lugares que han permanecido a lo largo del tiempo con una misma misión: ofrecer un espacio natural que mejore la calidad de vida de los habitantes de la gran ciudad.
Podemos concluir que los espacios verdes generan grandes beneficios en diferentes aspectos de nuestra vida y por tanto, incluir vegetación, aunque sea en espacios pequeños, es una forma de mejorar nuestro entorno. Para ello, en la actualidad, establecer jardines verticales, huertos urbanos o cubiertas vegetales en las azoteas, es una forma de recrear aquellas sensaciones de libertad y disfrute de la naturaleza de manera sencilla y cercana.
Conseguir que la naturaleza habite y conquiste las ciudades procura una serie de beneficios irrenunciables. Los espacios verdes reducen el estrés y el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares (como ataques al corazón o afecciones respiratorias). Además, los organismos internacionales establecen una proporción vital: por cada 0,1% de aumento de una zona verde cerca de los hogares, se reduce la mortalidad prematura en un 4%.
Así lo confirma un estudio publicado en la revista médica británica The Lancet, que ha utilizado estudios científicos del Instituto de Salud Global de Barcelona, la Universidad de Colorado y la propia OMS. Si se respetaran estas recomendaciones, se podrían prevenir hasta 43.000 muertes prematuras cada año en mil ciudades europeas de 31 países, nos dice este trabajo.
El verde en las calles también estimula la creatividad (la belleza, a su modo, se contagia) y las capacidades mentales y afectivas. Según la OMS, la población que vive en ciudades pasa el 90% de su tiempo en el interior de los inmuebles (casi tanto como los osos que pasan entre cinco y siete meses en hibernación), algo que podría rebajarse con el disfrute de zonas verdes en las que pasear, hacer vida en común, practicar deportes…
Por si fuera poco, las urbes generosas en espacios naturales contrapesan el volumen de emisiones y reducen la temperatura mejorando el entorno y el medio ambiente. Pocas metáforas tan certeras como cuando hablamos del «pulmón de la ciudad» refiriéndonos a los grandes parques urbanos.
Hasta los años 50 del siglo XX, a orillas del Manzanares se cultivaban todo tipo de hortalizas y verduras. Esa práctica se perdió con el cambio de usos y costumbres en la ciudad, pero tanto los madrileños como sus instituciones están recuperando ese vínculo con la naturaleza.
El Ayuntamiento de Madrid tiene registrados más de trescientos huertos urbanos: cincuenta y cuatro son comunitarios, 221 pertenecen a la Red de Huertos Escolares Sostenibles y cuarenta están en centros municipales. Hasta el Hotel Wellington, emplazado en el corazón de la capital, ha destinado trescientos metros cuadrados de su azotea a zonas verdes que surten su selecta cocina.
Madrid cuenta con espacios verdes valiosísimos, como el monte del Pardo, la Casa de Campo, el Retiro, el Parque de El Capricho o La Quinta de los Molinos, y sigue apostando por ellos, como demuestra el Bosque Metropolitano, un proyecto que se extenderá a lo largo de 75 kilómetros en la ciudad y que contribuirá a mejorar las calidad del aire, conversar la biodiversidad y adaptar mejor a la ciudad al cambio climático. Es un cinturón forestal que rodeará la ciudad apoyándose en las zonas verdes calificadas por el planeamiento urbanístico, donde se plantarán más de un millón de árboles entre las que se encontrarán especies autóctonas que tienen el potencial de absorber 170.000 toneladas de CO2.
Otra gran apuesta es el proyecto Arco Verde, una iniciativa de la Comunidad de Madrid para acercar la naturaleza a los ciudadanos, en el que se conectarán los tres principales parques regionales de la comunidad con otros espacios naturales rodeando el Anillo Ciclista de Madrid. Este proyecto conectará 25 municipios de la Comunidad de Madrid con los 3 grandes Parques Regionales de la Comunidad (Cuenca Alta del Manzanares, curso medio del río Guadarrama y Sureste) creando un gran corredor verde que rodeará Madrid y los municipios de su área metropolitana, haciendo las delicias de senderistas, ciclistas, amantes del aire libre y puro… Podríamos decir que Madrid se cubre de verde.
Aun así, queda mucho por reforestar, plantar y cultivar. Diferentes expertos han propuesto la regla 3-30-300 para regular los espacios verdes en las ciudades, en la que se sugiere que todos los ciudadanos deberían poder ver, al menos, tres árboles desde sus casas, disfrutar de un treinta por ciento de arbolado en sus barrios y vivir a trescientos metros de un holgado espacio natural.
Algunos retos pendientes en el caso de Madrid, según recoge un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), que analiza la situación de numerosas ciudades españolas, es el hecho de que la ciudad luce muchos árboles en sus calles, pero irregularmente distribuidos, lo mismo que sucede con sus zonas verdes (que ocupan más de tres millones de hectáreas), y que apenas asoman en el centro. De lo que no hay duda es que Madrid se reverdece, pero sigue trabajando para ser aún más verde, reorganizando su planificación paisajística para mantener su apuesta por la naturaleza.
Los largos confinamientos durante la pandemia del COVID-19 nos recordaron de manera violenta y atropellada algo que estábamos a punto de olvidar: lo primordial de la naturaleza para el sano desarrollo de lo humano. El poeta y activista Thoreau lo dejó escrito a finales del XIX: «Hay momentos en que toda la ansiedad y el esfuerzo acumulados se sosiegan en la infinita calma y reposo de la naturaleza».