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Las quintas de Madrid, de fincas de recreo a oasis urbanos

  • Madrid

Pensadas para el disfrute y la producción agrícola, las quintas de Madrid son hoy parques donde desconectar de la ciudad e imaginar la vida cotidiana de sus históricos moradores.

 

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Madrid atesora un puñado de valiosos jardines que una vez fueron fincas de recreo y que, hoy convertidos en parques públicos, dan refugio a quienes buscan olvidar el asfalto por unas horas. Un paseo por ellos delata, a poco que nos fijemos, su carácter histórico y su particular origen.

Son jardines y fincas como El Capricho, la Fuente del Berro, Torre Arias, Duque del Arco, Vista Alegre y los Molinos, de distintas épocas y estilos, espacios verdes que nos abren una ventana a la vida cotidiana de sus dueños originales y nos sitúan en distintos momentos de la historia, desde el siglo XVI hasta el siglo pasado.

 

De las raíces feudales al recreo y refinamiento

El origen de este tipo de jardines se sitúa en las antiguas quintas o fincas de recreo de la nobleza. Propiedades que pasaron, con los siglos, de tener un carácter feudal no defensivo, a albergar palacios y jardines donde la naturaleza se revalorizó y tomó protagonismo, tal y como destaca Miguel Lasso, subdirector de la escuela de Arquitectura, Ingeniería y Diseño de la Universidad Europea y profesor de Historia de la Arquitectura.

Es a partir del siglo XVIII cuando se produce un cambio en los gustos de la nobleza, y la aristocracia rivaliza entre sí por tener la finca más bella, tanto desde el punto de vista arquitectónico como desde el paisajístico. A finales de ese siglo triunfó el modelo de jardín de paisajismo inglés, que imita las formas sinuosas de la naturaleza, y los diseños se apartaron de los parterres y bosquetes geométricos característicos del barroco.

 

Fincas para el disfrute y la producción agrícola

Estos recintos eran un reflejo de la forma de vivir de la aristocracia en el viejo Madrid. Sus dueños buscaban un lugar de retiro y contemplación, fuera del núcleo urbano y cerca de la naturaleza, para practicar sus aficiones y descansar.

Las quintas se establecían fuera de la ciudad, en zonas de aire puro y con abundante agua, algo fundamental, como explica Lasso. Porque si hay algo que tienen todas ellas en común son sus impresionantes jardines, de gran extensión y riqueza, y la presencia en ellos de los llamados “caprichos”, pequeñas fantasías arquitectónicas y paisajísticas que respondían a distintos gustos en función de cada época. Y es que, en este tipo de quintas, el jardín llegó a tener más protagonismo que el propio palacete donde se alojaban los dueños.

Otra característica habitual de estas propiedades es que eran productivas, con amplias zonas reservadas para huertos e incluso para el ganado, lo que ayudaba a su mantenimiento. Asimismo, muchas de ellas contaban con sus propios cazaderos, ya que, en sus orígenes, las fincas abarcaban una mayor extensión de terreno, que se fue perdiendo conforme creció la ciudad en torno a ellas.

Estos importantes pulmones verdes se han conservado gracias a su protección como jardines históricos y Bienes de Interés Cultural, si bien muchos de ellas han sufrido deterioro por el paso del tiempo o por el impacto que supuso la Guerra Civil, señala el experto.

 

Seis quintas con mucha historia

Todas y cada una de estas quintas de recreo esconden rincones que las hacen únicas, y hoy casi todas abren sus puertas a quienes quieran disfrutarlas. Además, para facilitar su interpretación, el Ayuntamiento de Madrid organiza visitas guiadas gratuitas a través del programa Hábitat Madrid.

 

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Uno de los muchos rincones con encanto de la quinta de la Fuente del Berro. Foto: Luis de Carlos.

 

En el barrio de Salamanca se encuentra la quinta de la Fuente del Berro, hoy bordeada por la M-30, que se remonta al siglo XVII y perteneció originalmente al duque de Frías. Tras su estancia en Italia, el duque trajo una colección de obras de arte y las conservó en el palacete de esta finca. Originalmente llamada quinta de Miraflores, esta finca de estilo italiano cambió con el tiempo su nombre por el de la fuente debido a sus famosas aguas, que tanto gustaban a la Casa Real por atribuírseles propiedades medicinales.

Durante 300 años ha tenido diferentes propietarios y usos, desde lugar de acogida para monjes benedictinos hasta, brevemente, parque de atracciones. En los años veinte del siglo XX recuperó su esplendor gracias al banquero holandés Cornelio van Eeghen, quien trajo a once jardineros de los Países Bajos para crear un auténtico vergel. De él disfrutarían poco después, en veladas artísticas y literarias, personalidades de la cultura como Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, Ortega y Gasset, Benlliure o Zuloaga, durante los años en los que habitó la finca la familia del pintor Antonio Ortiz Echagüe, emparentado con los van Eeghen.

Tras pasar el conjunto a ser propiedad del Ayuntamiento en 1954, haría su aportación al paisajismo de la finca el célebre jardinero municipal Cecilio Rodríguez, quien ya había trabajado en la recuperación de sus jardines a principios de siglo.

En esta finca, el agua siempre ha sido protagonista. Hoy son grandes atractivos su ría, el estanque, el lago y por supuesto la cascada, siguiendo la senda del agua. También lo es el “viaje”, antigua canalización construida en el siglo XVI para transportar el agua de su famosa fuente, que ha sido recientemente restaurado y ya es visitable. En el recinto del parque se puede disfrutar de bonitos rincones, de sus cerámicas sevillanas y de algunos árboles catalogados de interés por su singularidad. Entre sus caminos, uno se puede encontrar con las estatuas dedicadas a Bécquer o a Pushkin, o cruzarse con ardillas y con sus famosos pavos reales.

 

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La “Casa de la Vieja” es uno de los caprichos construidos al gusto del Romanticismo que sorprenden al visitante en el jardín de El Capricho.

 

El jardín histórico de El Capricho, en la Alameda de Osuna, fue creado por los duques de Osuna a finales del siglo XVIII en tres estilos distintos: el parterre de estilo francés, a la manera barroca; el giardino italiano; y una última de zona de paisajismo inglés, con un toque parisino. Este último sector es el mejor ejemplo de paisajismo de tiempos del romanticismo que tiene Madrid. La duquesa, doña María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel, contó para ello con los más prestigiosos jardineros, artistas e incluso escenógrafos del momento. El resultado fue un pequeño paraíso que llegó a rivalizar con los jardines reales. Tras una época de deterioro, el Ayuntamiento lo adquirió en 1974 para rehab­ilitarlo, en un proceso que duró hasta 1999.

Este jardín histórico incluye caprichos tan singulares como la Casa de la Vieja, el Casino de Música o el Abejero que se mezclan con fuentes, estatuas, templetes y otros elementos como el laberinto o el embarcadero. Todos ellos inmersos en una rica vegetación entre la que se encuentran lilos, cedros, cipreses, robles, pinos, tejos o castaños de indias. Sus pintorescas frondas sirven de refugio a una variada fauna que incluye ardillas, petirrojos y ánades reales. Los jardines fueron escenario de varias películas, entre ellas la gran producción Doctor Zhivago, en 1965.

 

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Palacio de la Quinta de Torre Arias. Foto: Álvaro López / Madrid Destino.

 

La quinta de Torre Arias, en el distrito de San Blas-Canillejas y muy cerca de El Capricho, data de finales del siglo XVI, aunque su época de mayor esplendor fue en el siglo XIX, cuando fue adquirido por el marqués de Bedmar, quien le dio el aspecto que ha llegado a nuestros días. Se ha mantenido en manos privadas hasta 1986, cuando su última propietaria, Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, donó la finca al Ayuntamiento.

Destaca la arquitectura de su palacio. Construido originalmente a finales del siglo XVI, su apariencia exterior es claramente decimonónica, con fachadas de ladrillo de estilo neomudéjar. También merece la pena contemplar las arquitecturas auxiliares de finales del siglo XIX y principios del XX, en excelente estado. La quinta conserva las caballerizas, los gallineros y palomares, así como algunos caprichos para el recreo de sus habitantes. Es, por tanto, una buena muestra de finca con uso tanto productivo como recreativo.

En los recientes trabajos de rehabilitación se ha recuperado el sistema de riego tradicional y, desde finales de 2016, se puede visitar y pasear entre pinos, cedros y almendros, o contemplar un ejemplar de encina de 300 años. En la actualidad, el Ayuntamiento realiza visitas guiadas tanto virtuales como presenciales, para dar a conocer su rica historia y sus cerca de 50 especies de árboles distintas.

 

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Dos impresionantes sequoyas fueron plantadas en el jardín de la Quinta del Duque del Arco en el siglo XIX.

 

La quinta del Duque del Arco está situada en el monte de El Pardo, bajo el cuidado de Patrimonio Nacional. Fue don Alonso Manrique de Lara, duque del Arco, caballerizo mayor de Felipe V y amigo del monarca, quien compró en 1717 la antigua quinta de Valrodrigo. A la muerte del noble, su viuda donó la finca a Felipe V. La propiedad ha llegado a la actualidad como el jardín aristocrático madrileño mejor conservado de su época, con sus estatuas, sus paseos, su estanque y sus fuentes, que se encienden los fines de semana para disfrute de los visitantes.

En el trazado del jardín hay una mezcla de influencias, destacando la francesa, adaptada, eso sí, al gusto español. También cuenta con ciertos rasgos de los jardines italianos, como su estructura organizada en diferentes niveles a modo de terrazas. El palacio se sitúa en la parte más alta del conjunto, coronándolo, y ha estado en uso hasta épocas muy recientes. Bajo su techo pasaron temporadas Alfonso de Borbón y Battenberg, hijo de Alfonso XIII, y Manuel Azaña, entre otros. Ya en 1974, la quinta fue escenario de las audiencias celebradas por Juan Carlos I, como príncipe de Asturias.

Al contrario que el resto de las fincas mencionadas, la quinta de El Pardo se conserva entre bosques, totalmente aislada de la ciudad. En su entorno natural se percibe claramente su carácter productivo, ya que está rodeada de viñedos, olivares y demás árboles frutales. Y todo ello a tan sólo 10 minutos de la ciudad.

 

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La quinta de Vista Alegre está siendo objeto de trabajos de recuperación de su arquitectura y sus jardines. Foto: carabanchel.net

 

La quinta de Vista Alegre fue la finca más importante en el Madrid de mediados del siglo XIX y es, paradójicamente, la que ha llegado en peor estado a la actualidad. En 1831 la reina madre María Cristina compró esta finca situada en Carabanchel. Al abrigo de esta relevante posesión, que tomó la consideración de Real Sitio, la zona se llenó pronto de otras fincas de recreo, tanto de la aristocracia como de la burguesía.

La reina mandó rehabilitar algunas edificaciones ya existentes y construir otras nuevas, utilizando distintos lenguajes arquitectónicos. La finca llega entonces a contar con más de 40 edificios, entre ellos el Palacio Viejo y el Nuevo, la capilla, las caballerizas, las estufas e invernaderos donde crecían plantas exóticas.

Los ricos jardines fueron diseñados en varios estilos e incluían una ría navegable de unos 700 metros de largo con una isla circular y un embarcadero, fuentes y estatuas y un olivar, entre otros cultivos y huertas. El marqués de Salamanca, responsable de la creación del barrio madrileño que lleva su nombre, fue su último propietario particular.

La Comunidad de Madrid ha impulsado en los últimos años un programa de rehabilitación de sus jardines y edificios, y en fechas próximas se podrá visitar, tras la finalización de los trabajos de recuperación.

 

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Los almendros en flor son los grandes protagonistas de la quinta de los Molinos a principios año. Foto: Carlos Ramón Bonilla

 

El parque de la Quinta de los Molinos tiene su origen en 1925, por lo que es la más moderna de las fincas de las que hablamos hoy. Su origen no fue aristocrático: su propietario original, y también responsable de su diseño, fue el arquitecto y urbanista valenciano César Cort Botí. Entre las edificaciones de la finca destacan el palacete y la casa del Reloj, de estilo pre-racionalista. Alrededor de ambas edificaciones se extienden tanto los jardines con paisajismo de señas mediterráneas como las huertas y zonas productivas.

Pinos, olivos, y eucaliptos pueblan su superficie. Pero el mayor espectáculo, por el que la quinta reúne a más visitantes cada año, tiene lugar entre febrero y marzo con sus almendros en flor y su llamativa explosión de color blanco.

Entre las curiosidades con las que nos podemos encontrar paseando por sus jardines están sus dos molinos de viento traídos de Estados Unidos; las albercas, parte del sistema de riego de la finca; y su sofisticada pista de tenis art decó, una de las primeras en construirse para este juego en España.

La quinta estuvo en manos de su propietario original hasta su muerte en 1978, y ha llegado en excelente estado hasta la actualidad. Sus herederos llegaron entonces a un acuerdo con el Ayuntamiento de Madrid, por el cual 21 hectáreas de la finca pasaron a ser zona verde de uso público. Hoy, el parque alberga Espacio Quinta, un espacio para fomentar la cultura y la creatividad, con un completo programa de actividades.

2 septiembre 2020

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Madrid Nuevo Norte


2 septiembre 2020

por Madrid Nuevo Norte