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Torres de Colón: 50 años de una edificación única en el mundo

  • Madrid

Hace 50 años, los madrileños contemplaron atónitos cómo las dos grandes Torres de Colón se construían «empezando desde el tejado», un hito de la arquitectura mundial aún no superado.

Carlos Lamela, hijo de Antonio Lamela, el arquitecto que las diseñó, recuerda la compleja construcción y el legado de un rascacielos que modernizó el perfil de la ciudad.

 

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Foto: Estudio Lamela

 

En 1969, dos gigantes columnas de hormigón despuntaban en la intersección entre la Castellana y la calle Génova, para asombro de peatones y conductores. Hace ya 50 años se iniciaba la construcción de las entonces llamadas Torres de Jerez, un singular edificio de 110 metros de altura y 23 plantas ideado por el arquitecto Antonio Lamela que sorprendió al mundo por un innovador modelo de construcción que permitía levantar el edificio de arriba abajo.  Se hacía realidad el dicho de “empezar la casa por el tejado”.

“Fue la obra más importante y querida de Antonio Lamela, y no es de extrañar, porque es una de las más significativas del siglo XX en todo el mundo. Es un edificio único”. Así define hoy el proyecto Carlos Lamela, arquitecto y presidente ejecutivo del Estudio Lamela que fundó su padre, un referente español que ha participado en obras tan celebradas como la terminal T4 del aeropuerto madrileño.

La característica silueta de estas torres forma parte de los recuerdos de infancia de Carlos Lamela. Cuenta cómo muchos domingos subía acompañando a su padre en la traqueteante ascensión del elevador de obra hasta la cúspide. Allí, una estrecha pasarela provisional les permitía pasar de una torre a otra. Y como remate de esa aventura infantil, contemplar desde las alturas una inédita vista del centro del Madrid de los setenta. Pero los recuerdos que Carlos Lamela tiene sobre la obra más emblemática de su padre van mucho más allá. No puede ser de otro modo, ya que el proyecto y su construcción se prolongaron toda una década, tiempo en que el niño Lamela pasó de estudiante de Primaria a joven universitario de Arquitectura.

 

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Las Torres de Colón, en su día llamadas “Torres de Jerez”, en su estado anterior a la reforma de 1992. Foto: Estudio Lamela

 

Dos torres mejor que una

Las ordenanzas del Ayuntamiento de Madrid eran precisas, “la edificación debe ser una unidad arquitectónica de marcada verticalidad”. Pero José Osinalde, como promotor; Lamela, como arquitecto; y Leonardo Fernández Troyano, Javier Manterola y Carlos Fernández Casado, como ingenieros, tenían otra propuesta para este solar irregular de 1.710 metros cuadrados.

Tras una larga negociación con las autoridades municipales, finalmente se decidió levantar dos torres de uso residencial, un conjunto que aún hoy es el undécimo más alto de la capital.

La apuesta por la verticalidad representaba el ansia modernizadora de la capital de España característica de los años 70, pero es, avanzado ya el siglo XXI, una decisión totalmente contemporánea. “Soy partidario de la edificación en altura siempre que sea bien pensada, planificada, sea segura y cuente con una altura adecuada a su fin”, explica Carlos Lamela: “No me parece pertinente, por ejemplo, para un hospital, pero ofrece grandes ventajas en otros usos, porque contribuye a la sostenibilidad de la ciudad y la hace más compacta, para empezar, consumiendo menos recursos en suelo”.

 

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Las bandejas de los distintos pisos se comienzan a descolgar de a arriba abajo durante la construcción. Foto: Estudio Lamela

 

Único en el mundo

Una vez aprobado el proyecto, se empezó a trabajar poniendo en práctica el inaudito modelo estructural, diseñado para salvar los impedimentos de las reducidas dimensiones del solar y su peculiar ubicación, ya que reducía la necesidad de cimentación, facilitando la realización del parking. Cada uno de sus dos grandes núcleos de hormigón se coronaban por un gran bloque rígido. De esta plataforma monolítica, y comenzando por el nivel más alto hacia abajo, se fueron colgando como bandejas, una tras otra, las distintas plantas. Así, su estructura carece de verdaderos pilares o columnas, elementos en los que se suelen apoyar las plantas en los edificios convencionales: estos quedan sustituidos aquí por tirantes o tensores, hechos de hormigón pretensado.

Así se levantaba uno de los pocos edificios suspendidos desde su cabeza que existen en el mundo. Es, además, el que cuenta con mayor número de plantas colgadas de una estructura de hormigón armado. Las torres fueron diseñadas para sostenerse en un efecto de unión muy etéreo, casi como si estuvieran suspendidas en el aire, una de las señas de identidad de los diseños de Lamela en esa época, como se cuenta en el documental La arquitectura suspendida de Antonio Lamela, (2017).

La singularidad de esta imagen alimentó el ingenio madrileño. En charlas de café se bromeaba sobre lo descabellado de construir desde el tejado, e incluso corrieron bulos como que su arquitecto había perdido la cordura. Pero, al mismo tiempo, las Torres de Colón eran protagonistas de reportajes en publicaciones de todo el mundo y técnicos de distintos países europeos se desplazaron a Madrid para analizar la audacia de la propuesta. En el Congreso Mundial de Arquitectura y Obra Pública de Hormigón, celebrado en Nueva York en 1975, se le dio el espaldarazo definitivo, al nombrarlo como “el edificio de más avanzada tecnología en construcción edilicia realizada con hormigón pretensado”. Reconocimientos que se recogen en la exposición Torres Colón 1969-2019, con la que en el Centro Cultural Fernán Gómez celebra, hasta fin de año, el cincuentenario del inicio de la construcción.

 

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La característica coronación que se añadió en los años 90 es uno de los elementos más reconocibles del skyline madrileño.

 

Un icono en continua revisión

Finalmente, en 1976 la obra finalizaba, pero no como un edificio de viviendas sino como el más alto de oficinas de Madrid, ya que, tras un largo proceso administrativo, el consistorio permitió el cambio de uso. Se empezó a denominar “Torres de Jerez” por el origen del empresario que lo adquirió, José María Ruiz Mateos, que había abonado 1.700 millones de pesetas por su propiedad, “lo que debía ser un dineral en aquella época”, recuerda Carlos Lamela. Su superficie era de 15.500 m2 de oficinas, 1.600 m2 de locales comerciales y 7.450 m2 más de aparcamientos.

Una vez finalizada la estilizada silueta de la edificación, ésta pasó a formar parte del patrimonio arquitectónico más singular de la ciudad de Madrid, dotando a su incipiente skyline de un nuevo hito urbano. Desde entonces ha tenido varias remodelaciones, como la de 1989-1992, del propio Estudio Lamela, hecha con criterios de reversibilidad, es decir, “realizando una actuación tal que permita al propietario restaurar la imagen original de las torres si este fuera su deseo”.

Con esta actuación, su perfil se modificó notablemente, y se erigió en su parte superior una llamativa coronación de inspiración art decó, ideada para esconder diversa maquinaria necesaria para el funcionamiento del edificio. Tanto la coronación como la escalera de incendios unieron las dos torres, convirtiéndolas en una unidad. El remate, con su característica forma y color verde, es hoy uno de los elementos más identificables del skyline de la ciudad.

 

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Antonio Lamela posa ante las dos imponentes moles de hormigón. Foto: Estudio Lamela

4 octubre 2019

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Madrid Nuevo Norte


4 octubre 2019

por Madrid Nuevo Norte