12 septiembre 2019
por Madrid Nuevo Norte
El levantamiento del dos de mayo de 1808 durante la ocupación de Madrid de las tropas francesas no sólo dio comienzo a la Guerra de la Independencia, sino también a un periodo trágico y convulso para los ciudadanos madrileños. La vida cotidiana se desarticuló, la ciudad sufrió graves heridas y se convirtió en escenario de trágicos episodios. Aún hoy, avanzado el siglo XXI, quedan trazas de estos hechos en muchos de los lugares donde tuvieron lugar.
La revuelta contra los franceses, conocida como levantamientos del dos de mayo, fue especialmente relevante en la puerta de Toledo y la puerta del Sol. También en el Parque de Artillería de Monteleón, cuartel que ocupaba buena parte de un barrio que ha tenido muchos nombres: antiguamente barrio de Maravillas y hoy Universidad, aunque es conocido popularmente como barrio de Malasaña. Y es que muchas de sus calles ostentan hoy los nombres de personajes destacados en la sublevación popular: la propia Manuela Malasaña, los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde o el teniente Jacinto Ruiz. La plaza del Dos de Mayo, la más grande y concurrida del barrio, toma su nombre de la fecha de la revuelta. En el centro del misma se conserva, restaurada, la puerta principal de acceso del desaparecido cuartel de artillería y bajo la misma, una escultura dedicada a Daoiz y Velarde.
Los días posteriores a la revuelta, se celebraron consejos de guerra sumarísimos y fusilamientos que tuvieron lugar en diversos puntos de la ciudad. En varios de ellos se erigieron monumentos conmemorativos. Entre ellos, las antiguas tapias del Palacio del Buen Retiro que estaban en la actual plaza de la Lealtad, cerca de la fuente de Neptuno. En ese lugar se levantó, bajo el reinado de Fernando VII, un solemne mausoleo presidido por un obelisco.
Goya reflejó en su célebre cuadro “Los fusilamientos” este episodio, aunque no hay acuerdo sobre el escenario que retrata el pintor: la montaña del Príncipe Pío, Moncloa o, tal vez, la antigua puerta de la Vega, al final de la calle Mayor. Tampoco hay un consenso sobre su otra obra célebre que retrata esos momentos, “La carga de los mamelucos”, conocida también como “El Dos de Mayo”, aunque tradicionalmente se ha ubicado en la Puerta del Sol, uno de los escenarios de esa jornada que, desde principios del siglo XX cuenta con una placa que recuerda el heroico episodio.
Mas modernas son las placas y lápida conmemorativas que se pueden visitar en el cementerio de La Florida, en el parque del Oeste, donde yacen los restos de 43 fusilados. Se trata de un camposanto muy poco conocido por los madrileños, pese a ser el más antiguo que queda en pie en la capital.
El palacio del Buen Retiro y sus jardines (el actual parque del Retiro) sufrieron graves daños, una vez que los franceses establecieron su cuartel general militar en el complejo del real sitio. Durante la contienda, algunos edificios se transformaron en polvorines y otros quedaron severamente dañados. El palacio quedó totalmente destruido, manteniéndose en pie tan sólo, además de la iglesia de los Jerónimos, el Salón de Reinos y un deteriorado del Casón del Buen Retiro, ambos pertenecientes hoy al Museo del Prado. En su lugar surgió tiempo después el barrio de los Jerónimos, tras la venta de Isabel II al estado de los terrenos antes ocupados por el real sitio.
También desapareció en la contienda la Real Fábrica de Porcelana, llamada popularmente “la China”, que formaba parte del mismo conjunto y que saltó por los aires por una explosión en 1812, y de la que hoy se puede ver una noria y su alberca, parte del sistema hidráulico de la fábrica, que han sido reconstruidas en tiempos recientes, a escasos metros del Ángel Caído.
Pero la de porcelana no fue la única real fábrica en la que se acuartelaron las tropas francesas, también lo hicieron en la entonces inactiva fábrica de tabacos en la glorieta de Embajadores. José Bonaparte se encargaría posteriormente de recuperar la funcionalidad industrial del recinto, que emplearía a 800 cigarreras. Tras años de abandono, hoy el edificio se ha convertido en centro cultural y de arte.
El hermano mayor de Napoleón fue proclamado rey de España con el nombre de José I apenas un mes después de la sublevación popular, y en un primer momento pasó a ocupar el Palacio de Oriente. Su mote más conocido, “Pepe Botella”, habla del rechazo con el que fue recibido por gran parte de la población. El nuevo monarca, a pesar de ser repudiado por muchos madrileños como rey impuesto, introdujo reformas jurídicas y sociales y también modificó la configuración de la ciudad. Quiso poner su sello en el Madrid de la época, intentando replicar el modelo de París, y para ello abrió varias plazas en el centro de la ciudad, como las de Santa Ana, San Miguel o Mostenses, derribando el caserío existente. Esto le valió para ser también apodado como “el rey plazuelas”.
Su primer gran proyecto fue la creación de un espacio amplio ajardinado frente al Palacio Real, con la intención de ordenar la zona e investirla de modernidad “al estilo parisino”. Ese espacio es la actual plaza de Oriente, aunque sólo la fachada del Teatro Real se llegó a ejecutar según el proyecto del rey francés.
A pesar de sus esfuerzos, la constante oposición del pueblo madrileño hizo que su situación no fuera nada cómoda. Por este motivo mandó construir un túnel que unía el jardín del Campo del Moro, a los pies del Palacio de Oriente, con el palacio de los Vargas, en la Casa de Campo, edificio donde finalmente terminó habitando. El llamado “túnel de Bonaparte” le daría una vía de escape, por si fuese necesaria, y además lo usaba cotidianamente para ir de su residencia al Palacio Real. Fue construido por Juan de Villanueva, autor del museo del Prado, entre otros edificios. Actualmente se encuentra en restauración para ser abierto al público.
A la vista de las dificultades que se alejaban de su plan inicial, el mismísimo emperador Napoleón Bonaparte se decidió a tomar cartas en el asunto y se desplazó a Madrid al frente de sus tropas, para recuperar el dominio de la situación. Con su ejército tomó Burgos y, tras vencer en la batalla de Somosierra, entró finalmente en Madrid. Más concretamente, llegó a la villa de Chamartín de la Rosa, una pequeña población que entonces no llegaba a los 100 habitantes. Allí se instaló en el palacio de los duques del Infantado y de Pastrana. Más allá del cuidado jardín del palacio se extendía un amplio pinar donde acamparon las tropas de Bonaparte. Incluso se cuenta que, hasta muy avanzado el siglo XX, sobrevivió un monumental pino centenario llamado “el pino de Napoleón”, bajo cuya sombra le gustaba meditar sus estrategias.
El palacio ya no existe, aunque los muebles del gabinete del emperador se llegaron a conservar hasta avanzado el siglo XX. En el recinto del conjunto palaciego se ubican hoy los colegios Nuestra Señora del Recuerdo y Sagrado Corazón Chamartín.
La posición del palacio y sus alrededores era estratégica para Bonaparte: fuera de la capital, pero a poca distancia, y junto a la carretera de Francia, lo que convirtió también en un punto estratégico el cercano pueblo de Fuencarral, por el que pasaba esa posible vía de escape.
Napoleón estuvo poco tiempo en Chamartín, tan sólo del 2 al 22 de diciembre de 1808, pero fueron veinte días de gran importancia para la historia. En su gabinete de Chamartín, Napoleón escribió sus Siete Decretos del 4 de diciembre con los que abolió el Antiguo Régimen, desterrando las instituciones feudales y suprimiendo la Inquisición.
La estancia del emperador en Madrid fue novelada por Benito Pérez Galdós en uno de sus famosos Episodios Nacionales, titulado “Napoleón en Chamartín.
Post elaborado con la colaboración de Emilio de Diego García, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid, presidente de la Asociación para el Estudio de la Guerra de la Independencia, y autor de España, el infierno de Napoleón (Ed. La esfera de los Libros).