21 septiembre 2020
por Madrid Nuevo Norte
La cuña de tierra situada entre la cerca del monte de El Pardo, la M-40 y la carretera a Colmenar Viejo es un vestigio de la tradición agrícola madrileña.
Un paisaje de fincas de cereal salpicado de hípicas con el que conectará el eje verde de Madrid Nuevo Norte, tanto a pie como en bicicleta.
Estos campos, protegidos por su valor medioambiental, forman parte del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares y son el límite natural de la ciudad por el norte.
Si, con una máquina del tiempo, un madrileño del siglo XVII visitase los alrededores del Madrid de hoy, quedaría sorprendido por cuánto ha cambiado todo en estos últimos siglos de crecimiento urbano. Pero, al pasar por la zona norte de Fuencarral, probablemente ese hipotético viajero por el tiempo se sentiría mucho más familiarizado con la cuña de tierra que conforma los límites del monte de El Pardo, abrazada por la M-40 y la carretera de Colmenar Viejo.
Los campos de cereal y las parcelas en barbecho de esa franja de terreno son uno de los últimos reductos del pasado agrícola del municipio de Madrid, que es hoy una urbe cosmopolita y moderna en la que no parece tener cabida la actividad rural. Y es que, a unos kilómetros de Plaza de Castilla y pocos metros del barrio de Montecarmelo, aún es posible pasear por el campo. Un pedazo del distrito de Fuencarral-El Pardo cuyo paisaje recuerda a esa meseta tan admirada por Machado y Delibes y en la que la capital se sitúa geográficamente.
A vista de pájaro, este “pre-Pardo” aparece como un extenso triángulo que muestra su superficie parcheada por cultivos, enmarcado al sur por la M-40 al este por la M-607 y las vías del ferrocarril, así como por la histórica cerca del monte de El Pardo hacia el resto de puntos cardinales.
Al recorrerla a pie, la zona se muestra como un conjunto de suaves lomas, divididas por el damero irregular que dibujan las lindes de las parcelas agrícolas. Algunas están cultivadas, las más, en descanso. La zona queda salpicada por unas pocas viviendas dispersas, alguna granja de aspecto tradicional y varias hípicas, por cuyos prados acotados campan los caballos. Todo ello, con la presencia en el horizonte del skyline de la ciudad, presidido por el perfil de las Cuatro Torres.
Las estrechas parcelas que han llegado hasta nuestros días revelan que la actividad agrícola, intensa hasta hace pocas décadas, era minifundista, es decir, desarrollada por pequeños propietarios.
Pese a que sus suelos nunca destacaron por su fertilidad, la cercanía con la ciudad hacía rentable su cultivo, principalmente de trigo, cebada y otros cereales. En gran medida, el destino original de estos cultivos era para forraje de caballos. Como, según Madrid crecía en siglos pasados, fue aumentando el número de coches de caballos para desplazamientos en la ciudad, los agricultores podían vender su producto con más facilidad, ya que los costes de transporte eran mucho menores y la demanda alta. Aún hoy, algunas siguen arándose.
También quedan en la zona algunos olivos diseminados, cuyos frutos alimentaban producciones caseras para el autoconsumo, en ese ejercicio tan tradicional del autoabastecimiento doméstico. La proximidad a Madrid también favoreció su supervivencia en el tiempo. Muchos pueblos madrileños fueron perdiendo población a medida que el fenómeno de la emigración rural avanzaba durante todo el siglo XX, pero en esta zona limítrofe con El Pardo los pequeños cultivos no se abandonaron y se siguieron cuidando. Esto fue debido a que, aunque los agricultores pasaran a emplearse en la ciudad en el sector industrial o servicios, continuaron viviendo en la zona por su cercanía, lo que permitió mantener esos cuidados para unas producciones, en su mayoría, de uso familiar.
En su conjunto, se trata de un escenario insólito por su autenticidad rural y por mostrarnos un paisaje madrileño que antiguamente era muy común en los alrededores de la capital, como ocurría en los antiguos municipios —hoy distritos— de Hortaleza y Barajas, al norte, o de Vallecas y Vicálvaro al sureste, por mencionar sólo unos pocos. Un espacio que ahora va a volver a estar más cerca de los madrileños gracias a la red de espacios verdes que recorrerá Madrid Nuevo Norte, llegará a conectar a peatones y ciclistas con estos campos y será puerta de entrada al Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.
Actualmente, este tranquilo rincón de Madrid, y representante excepcional de la cultura rural madrileña, está recorrido por numerosos caminos que atraviesan la zona y llegan a los frondosos bosques del monte de El Pardo. Cuando se complete el gran proyecto de regeneración urbana de la capital, Madrid Nuevo Norte, los madrileños podrán acceder también desde los alrededores de Plaza de Castilla a través de una pasarela peatonal y ciclista por encima de la M-607 para llegar a las proximidades del Santuario de Nuestra Señora de Valverde. Este templo de estilo barroco, cuya fundación como ermita se remonta al siglo XIII, es sin duda el hito histórico más importante de esta zona de “pre-Pardo”, ubicado en su esquina sureste.
“Es un terreno principalmente arenoso, originado por la disgregación de los materiales de la Sierra de Guadarrama. Cuenta con vegetación y flora específica, sobre todo pino y retama, muy abundantes en la zona, y luego con cultivos de cereal y algo de viñedo, aunque éste ha desaparecido en su mayoría”. Así describe la zona Antonio Calvo Navallas, vicepresidente del Colegio de Ingenieros Técnicos Agrícolas de Centro y conocedor de esta pequeña joya rural de la capital por su actividad como ingeniero técnico agrícola.
“Su mayor interés es ser uno de los pulmones de Madrid y poner límite a su crecimiento por esta zona”, explica Calvo, “y de ahí, el porqué de su protección”. Una protección que garantiza la pervivencia de este paisaje, impidiendo realizar cualquier actuación que rompa con el entorno, y que está fundamentada también en razones ecológicas, debido a la biodiversidad existente en estos campos.
Pero no siempre fue así. A finales de la década de los años 70 empezaron a surgir construcciones diseminadas, algunas de ellas viviendas, aprovechando su cercanía a Madrid, así como otras edificaciones de recreo, asociadas o no al uso agrícola de las parcelas. Su regulación en 1985 salvaguardó definitivamente el carácter rural de la zona, que hasta entonces se había mantenido ajena a la presión demográfica de la capital y que hoy es un ejemplo único en todo el municipio.
Para este experto en agricultura, la zona tiene más interés por su aportación medioambiental, “ya que actúa de pulmón y de barrera para la expansión de la ciudad por el norte”, que desde el punto de vista agrícola, debido al tipo de suelo y los cultivos que desarrolla. Una vez que la mayoría de los viñedos que poblaron la zona desaparecieron, lo que queda mayoritariamente es el cultivo del cereal, que se emplea esencialmente como forraje para los caballos de las hípicas que se distribuyen por estos terrenos.