11 enero 2021
por Madrid Nuevo Norte
Atravesar los tornos del Metro a veces no sólo supone recorrer un trayecto con origen y destino. Al adentrarnos en las entrañas de la red del metropolitano madrileño, al recorrer sus pasillos, al esperar en el andén o viajar en un vagón, es posible descubrir algunos de sus tesoros arquitectónicos a menudo ignorados por culpa de las prisas. Solo hay que abrir bien los ojos, fijarse bien y dejarse llevar en un viaje que nos dirige a seis estaciones singulares, situadas a pocas paradas de cualquier madrileño. Construidas en tres épocas históricas y con estéticas muy diferentes entre sí, estos ejemplos destacados bien merecen que nos detengamos un instante en nuestro recorrido para mirar a nuestro alrededor y descubrir sus detalles.
Chamberí, una de las primeras ocho estaciones que se inauguraron el 17 de octubre de 1919, se conserva en el mismo estado en el que estaba el 22 de mayo de 1966, el día que se clausuró definitivamente por no ajustarse a las dimensiones de los nuevos trenes. Desde entonces, estuvo cerrada durante décadas y detenida en el tiempo, pero los convoyes seguían pasando por ella a toda velocidad. Se convirtió, pues, en una “estación fantasma” y pocos viajeros se percataban de su existencia, hasta que el director de cine Fernando León de Aranoa rodó allí una escena de su película Barrio (1998). El 25 de marzo de 2008 fue inaugurada como museo después de la restauración realizada por los arquitectos Pau Soler y Miguel Rodríguez.
Más allá del fugaz vistazo de unos segundos desde el interior de los trenes de la línea 1, la estación se puede visitar mediante cita previa. Todo en ella se conserva como si el tiempo se hubiera congelado, y es el único ejemplo completo que nos queda de la decoración que ideó el arquitecto Antonio Palacios (Porriño 1874 – Madrid 1945) para las primeras estaciones del suburbano madrileño. Palacios era consciente de que para “atraer a un público acostumbrado a la viva luz exterior de sus calles y paseos”, los vestíbulos y estaciones debían ser “claros y alegres”, cuenta Luis María González, responsable de Andén 0, la red de museos de Metro de Madrid. Por esta razón, el arquitecto utilizó azulejo biselado de color blanco de Onda (Castellón) en los andenes, vestíbulos y otros lugares por los que transitaban los viajeros, incluso en las bóvedas del túnel por el que pasa el tren. La nota de color la puso con la cerámica sevillana con reflejos metálicos en los anuncios publicitarios de los andenes, en el resto de los carteles y en las cenefas que los enmarcan.
De la estación original de Tirso de Molina, inaugurada en 1921, se conserva el antiguo vestíbulo al que se accede desde la calle Conde de Romanones, aunque el mobiliario, las taquillas y los tornos de acceso se han ido modernizando con el tiempo. La decoración de andenes y pasillos desapareció con la ampliación realizada en los años 60.
El impresionante vestíbulo llama la atención por su arquitectura abovedada y por el antiguo escudo de Madrid en relieve, de cerámica vidriada, que preside el espacio central. Las paredes y las bóvedas están alicatadas con el azulejo blanco biselado original, mientras que se usó cerámica de Talavera de la Reina de color azul brillante para la decoración de frisos y cenefas.
El 4 de febrero de 1961 se inauguraron las estaciones de Lago y Batán, que hoy están integradas en la línea 10 del Metro de Madrid. Cuando se construyeron, formaban parte del Ferrocarril Suburbano de Madrid, una línea que nació de forma independiente a Metro y a su empresa impulsora, la Compañía Metropolitana. Promovido primero por el Ayuntamiento de Madrid y más tarde por el Ministerio de Obras Públicas, el Suburbano recorría el suroeste de la capital, desde Carabanchel a Plaza de España, y la mayor parte de su trazado iba en superficie. En la estación de Lago todavía se puede apreciar que esta línea en su día tuvo un característico andén central, que se eliminó cuando el Suburbano adaptó su ancho al de la red de Metro, en los años 70.
La estación de Lago es un edificio de estilo regionalista, que evoca a arquitecturas tradicionales. Sus arquerías y sus formas populares se construyeron en sintonía con las cercanas edificaciones erigidas para la Feria Internacional del Campo que acogía la Casa de Campo, un evento de periodicidad bianual que se celebró entre los años 50 y 70 del siglo XX. La construcción tiene un amplio vestíbulo y, además del exterior circular rodeado de arcos, llama la atención su pintoresca cubierta curva de pizarra con la torre del reloj que la remata, coronada por una veleta con forma de locomotora.
El edificio de la estación de Batán, de dos plantas, es de formas más sencillas, y también tiene un tejado de pizarra de sabor rural. Aquí las protagonistas son las marquesinas formada por cuatro arcos tendidos que vuelan tanto sobre el andén como sobre el acceso principal desde la calle. El acceso secundario, hacia el complejo ganadero de la Venta del Batán situado en la Casa de Campo, también tiene interés por sus formas curvas de inspiración racionalista.
Aunque prácticamente desconocida salvo por los vecinos del barrio homónimo en el distrito de Moncloa-Aravaca que la transitan a diario, la moderna estación de Valdezarza es una de las más singulares desde el punto de vista arquitectónico. Inaugurada en 1999, esta estación destaca claramente entre sus vecinas de la línea 7 tanto por el cuidado puesto en la concepción del espacio como por su luminosidad, gracias a los lucernarios que conducen la luz natural del sol hasta el subsuelo. Está construida en tres niveles y, mientras sus paredes se curvan con suaves ondulaciones, las escaleras mecánicas no sólo dan paso a los distintos pisos, sino que asumen todo el protagonismo del espacio, como ligeros elementos escultóricos que refuerzan la simetría del conjunto. Conforme el espectador va adentrándose desde la superficie de la calle hasta los andenes, en su trayecto puede observar las distintas perspectivas pensadas con un claro sentido escenográfico.
Como curiosidad, Luis María González nos explica que ese gran espacio abierto, característico de esta estación, sirvió en su día para introducir la tuneladora que excavó los túneles de la ampliación de la línea 7, y para extraerla al término de las obras.
Con una superficie de 35.000 metros cuadrados y 30 metros de profundidad, la estación de Chamartín es la más grande de toda la red de Metro de Madrid por el gran volumen de viajeros que la frecuenta para enlazar con los trenes de larga, media y corta distancia de la contigua estación ferroviaria homónima. Inaugurada en 2007, es una de las estaciones más espectaculares, gracias a sus cuatro niveles de altura que recorre el inmenso espacio vertical abierto sobre las vías de la línea 1, y que está envuelto por una gigantesca escultura luminosa titulada Iguazú. Obra de los arquitectos Vicente Patón y Alberto Tellería, la superficie curva de luz en movimiento simula una cascada. Resulta hipnótico contemplar esta gigantesca pared LED de más de 1.000 metros cuadrados. Al igual que en Valdezarza, las escaleras mecánicas vuelven a ser protagonistas del espacio, pues nos sumergen en él y nos permiten disfrutar de múltiples perspectivas.
Además de este espacio, desde octubre de 2008, la estación de Chamartín acoge otro gran atractivo: en uno de los andenes sin servicio alberga un museo de trenes clásicos de Metro que permite conocer por dentro cómo eran los vagones en los que se desplazaban los primeros usuarios del metropolitano.
El atractivo estético de la red de Metro no se queda en lo arquitectónico, sino que se extiende en forma de arte desde hace décadas por muchas de sus estaciones. El responsable de la red de museos de Metro nos explica que este programa iconográfico está fuertemente ligado al nombre de cada estación o al lugar en el que se sitúa. Esa inspiración ha servido para convertir a lo largo de los años el Metro madrileño en una gran exposición artística en la que tienen cabida todos los estilos, técnicas y materiales.
Entre las decoraciones más populares está la de Retiro, cuyos andenes fueron cubiertos en 1997 con murales de azulejos ilustrados por Mingote, que con su humor inconfundible escenificó un día en el histórico parque madrileño. Tampoco podemos pasar por alto la estación de Metro de Goya, que alberga una exposición permanente de los grabados del genial pintor aragonés.
Algunos espacios de Metro rinden homenaje en sus paredes y techos a personajes ilustres, como Gregorio Marañón, cuya estación exhibe diversos paneles con retratos y citas del célebre médico y pensador madrileño, o Paco de Lucía, al que se ha dedicado un colorista vestíbulo en su estación de la línea 9, inaugurada en 2015. El espacio principal lo preside el gigantesco mural Entre dos universos, obra de los artistas urbanos Okuda y Rosh333, que se inspiraron en el tema musical del guitarrista Entre dos aguas.
Además de arte, las estaciones de Metro cuentan con instalaciones didácticas de todo tipo. Una de las más sorprendentes está en el vestíbulo de la estación de Carpetana, donde se han recreado ambientes y animales prehistóricos del Mioceno con dioramas basados en los hallazgos encontrados en las excavaciones de la propia estación, y también se exhiben algunos de los restos arqueológicos. Otra de las instalaciones más espectaculares es la de Arganzuela-Planetario, una “puerta de entrada al universo”, pues está decorada con un gran mural que simboliza al distrito de Arganzuela convertido en un cuerpo celeste. Enfrente, se reproducen los planetas del sistema solar, a escala y en tres dimensiones. El conjunto tiene 245 metros cuadrados y es obra de Carlos Alonso y Luis Sardá.