5 mayo 2023
por Madrid Nuevo Norte
El fiordo de Oslo (Oslofjord), golfo estrecho y profundo formado por la acción de los glaciares, fue puerto vikingo en la Edad Media y, siglos después, sirvió de escenario para El grito, la obra más conocida del pintor noruego Edvard Munch, que trata de reflejar toda la angustia de la humanidad.
Hoy el escenario del célebre cuadro expresionista forma parte del moderno distrito de Bjørvika, inmerso en un plan de renovación urbana y que, con sus vanguardistas edificaciones, se ha convertido en el nuevo foco de atención de la capital. Y dentro de él, cobra especial protagonismo el Museo Munch, que lleva la firma del estudio madrileño de arquitectura estudioHerreros.
La renovación urbana de las zonas costeras de la ciudad de Oslo comenzó ya en la década de 1980 en el barrio de Aker Brygge, hoy un área concurrida de cafés, bares y restaurantes en el centro del paseo marítimo de Oslo. Tras ese empuje inicial, el Ayuntamiento de Oslo aprobó en el año 2000 Fjord City, un ambicioso plan de regeneración del área portuaria del fiordo y que actualmente está en desarrollo. Su objetivo es aumentar la accesibilidad de la línea de costa y transformar la zona en un entorno vibrante que albergue una amplia variedad de usos, incluyendo viviendas, oficinas, comercio, dotaciones educativas, deportivas y culturales, así como nuevos espacios públicos y parques.
Los trabajos comenzaron en 2008 y desde sus inicios, la zona ha experimentado ya cambios significativos. El paseo marítimo que recorre todo el proyecto de Fjord City aspira a convertirse en uno de los iconos de Oslo, asignando al fiordo un nuevo papel urbano. Donde una vez dominaban los usos industriales, hoy florecen espacios públicos y de ocio, áreas de pesca y para el baño, cafés, y también importantes dotaciones culturales, como el propio museo Munch y el espectacular edificio de la ópera de Oslo, que simula un bloque de hielo que va descendiendo en capas hasta acabar en el agua.
El nuevo Museo Munch abrió sus puertas al público en octubre de 2021 y está considerado el mayor del mundo dedicado a un sólo artista, con más de 26.700 obras. El célebre autor de El Grito legó su obra a Oslo a su muerte en 1944, con la condición de crear un museo destinado a exponerla y divulgarla. El edificio que, casi 80 años después, cumple el deseo del artista acoge ya su herencia de valor incalculable y aspira, además, a ser un nuevo emblema de la ciudad.
Sus 13 plantas se elevan a 57 metros del suelo y se inclinan, a modo de reverencia, hacia las aguas del fiordo. La fachada ondulada de aluminio perforado, con diferentes grados de transparencia, dota al volumen de una imagen cambiante en función de la estación del año y de la hora del día. Y en los dos últimos pisos, sus vidrios traslúcidos reflejan los hermosos atardeceres sobre la ciudad, mientras que al iluminarse por la noche el edificio se transforma en un moderno faro que preside la línea de costa.
El vestíbulo de acceso está diseñado como un espacio abierto. El arquitecto concibió el museo como una plaza pública y, de hecho, su entrada es realmente una continuación de la calle que invita al viandante a atravesarlo, independientemente de que llegue o no a visitar la colección.
La búsqueda de una huella de carbono reducida y la economía circular han regido su diseño, asentado en conceptos como la sostenibilidad y la innovación. El museo está construido con aluminio reciclado, madera de bosques certificados y hormigón de baja emisión para reducir la huella climática, según relató recientemente Jens Richter, socio de Herreros, a El País. El ambicioso planteamiento está basado en la gestión del agua y en el concepto passive house, de consumo energético prácticamente nulo.
El edificio está concebido como un centro dinámico para la cultura contemporánea, con salas de exposición diseñadas para adoptar múltiples configuraciones. Un espacio vertical que, a lo largo de un recorrido ascendente, conecta las distintas salas a través de una serie de escaleras mecánicas que van en paralelo a la fachada, desde donde es posible descubrir la obra de Munch al mismo tiempo que se contempla desde lo alto los diferentes estratos de la ciudad. La planta superior funciona como un lugar de encuentro con terrazas y vistas al fiordo y a la escena urbana.