15 octubre 2018
por Madrid Nuevo Norte
La socialización en el espacio público es esencial para la vida de ciudad desde la antigüedad.
Madrid Nuevo Norte apuesta por la recuperación de espacios compartidos al aire libre y por la vida urbana como parte de un modelo sostenible.
Hoy día nos resulta obvio que calles, plazas y parques, o lo que es lo mismo, los espacios públicos abiertos, son un ingrediente esencial para cualquier ciudad o población. Pero cuando hace más de 9.000 años los habitantes del Neolítico se plantearon cómo agrupar viviendas para crear los primeros asentamientos humanos, no tenían manual de instrucciones. En la península de Anatolia, actual Turquía, se han encontrado restos de una de esas primeras poblaciones. Se trata de una ciudad entera sin calles, conocida como Çatalhöyük. Los arqueólogos descubrieron que todas sus casas y edificaciones estaban adosadas las unas a las otras creando un conjunto único, una extensa superficie continua de construcciones. Las viviendas y templos no tenían ni fachadas ni ventanas, se accedía a su interior desde el techo, las zonas de tránsito se situaban en las cubiertas planas, y se usaban escaleras de madera para pasar de una a otra.
Çatalhöyük no tenía calles, pero a pesar de ello sí tenía espacio público: sus tejados eran, en sustitución, el lugar de encuentro colectivo. Y es que sea cual sea su disposición, estilo de arquitectura, época o lugar, hay un elemento común a todas las ciudades del mundo y es la socialización en un espacio común.
Tanto las ágoras griegas como las calles y foros romanos desarrollaron esta idea para la ciudad, indisociable desde la antigüedad de los espacios de reunión pública. La ciudad tradicional islámica redujo el espacio de viario a la mínima expresión, convirtiéndose sus barrios en laberintos de callejuelas sinuosas y cobrando extrema importancia el espacio privado y la vida de puertas adentro. No obstante, otros lugares como los baños públicos y los mercados o zocos servían para la necesaria socialización.
El espacio público es fundamental, pues, para el entorno urbano. Muchos estudiosos han llegado a cuestionar que pueda llamarse “ciudad” a una mera unión de viviendas individuales sin posibilidad de relación social y pública fuera de la intimidad del hogar. Es el caso de las grandes conurbaciones residenciales que forman el paisaje característico de ciertas zonas de Norteamérica, denominado sprawl.
Uno de los urbanistas más activamente críticos con esa dispersión o “sprawl” ha sido el norteamericano Andrés Duany. El título de su libro “Nación suburbana: el surgimiento de la dispersión y el declive del sueño americano” habla por sí solo. Para Duany, los habitantes de zonas de sprawl sufren las carencias de su espacio público: “Tan pronto como salen de su jardín se encuentran en una situación inhóspita, estresante y desagradable. Es duro transitar en el espacio público en las zonas suburbanas”, denunció en una de sus conferencias más célebres sobre el tema. La puesta en valor por parte de Duany de la relación de las personas en plazas y calles de las ciudades tradicionales derivó en la corriente urbanística denominada “New Urbanism”.
También el premio Pritzker Richard Rogers desgrana en su libro Ciudades para un pequeño planeta algunas de las claves y retos de las ciudades del siglo XXI, entre las que se encuentra la necesidad de recuperación de auténticos espacios públicos de encuentro. Estos han sido sustituidos en muchas zonas por un único gran centro comercial cerrado y aislado: “las calles tradicionales están vaciándose de contenido social y comercial, convirtiéndose en tierra de nadie, recorrida por ocasionales peatones y muchos coches”, subraya. A medida que se pierde la costumbre de la vida en el espacio compartido, también se pierde el hábito de la socialización, acentuándose también el aislamiento de las personas.
Norteamérica es sin duda el subcontinente de donde emerge ese fenómeno y en el cual ha alcanzado su máxima expresión, pero ese sistema ha sido implantado y exportado en las últimas décadas a muchos desarrollos urbanísticos de Europa y de nuestro país.
Las tendencias más adelantadas del urbanismo contemporáneo apuestan, pues, por un modelo compacto como alternativa sostenible al crecimiento disperso de la población. Ese modelo hace que sea viable el protagonismo del transporte público, y que los servicios lleguen a más personas. También reduce los desplazamientos, logra que se consuman menos recursos y que las infraestructuras se gestionen de una manera más eficiente, reduciendo globalmente el gasto y la huella ecológica. Esta forma de concebir el urbanismo busca un espacio urbano lleno de vitalidad gracias a la densidad, la compacidad y la mezcla de usos, y uno de sus efectos es la reducción del suelo consumido, evitando la incesante expansión por el paisaje rural.
La apuesta por ese modelo y por esa forma de entender la sostenibilidad urbana desde todos sus aspectos, medioambiental, social y económico, se ha materializado en Madrid Nuevo Norte. El proyecto, que va a completar el vacío producido por las vías del tren en el norte de la capital, potencia los espacios públicos y un modelo de ciudad compacta. Una ciudad vibrante y llena de actividad, en la que plazas, parques y zonas de encuentro de calidad son el centro de la vida urbana.