26 agosto 2020
por Madrid Nuevo Norte
Una visita para no olvidar los orígenes, recordar el pasado más inmediato y entender nuestro presente. Esta es la sugerente propuesta del Museo de Artes y Tradiciones Populares, una de las sorpresas que esconde el centro de Madrid, en este caso, dentro de un pintoresco corralón del siglo XIX, en el barrio del Rastro.
“Conservamos el patrimonio de los grupos humanos con toda su diversidad cultural. Elementos que forman parte del ciclo de la vida, en el que se inscriben las labores de trabajo, las formas de subsistencia o los ciclos festivos”. Así resume Ana Isabel Díaz-Plaza, conservadora del museo, el sentido de esta institución impulsada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).
Aunque la institución tiene previsto ampliar gradualmente la zona de exposición para dar visibilidad a más piezas de las cerca de 8.000 con las que cuenta la colección de la UAM, la exposición actual ya es capaz de dar una buena muestra de los usos y costumbres rurales y tradicionales de siglos pasados.
Nada más traspasar la puerta de este museo situado en los números 3 y 5 de la calle Carlos Arniches, en el conocido como Cerrillo del Rastro, el visitante se encontrará con amuletos para bebé, sonajeros de tosca belleza o una silla partera de madera.
En un paseo por sus salas podrá también contemplar, entre otros muchos objetos, trajes y elementos propios de ceremonias como bodas y primeras comuniones, así como herramientas de joyeros, herreros o curtidores ambientadas en una minuciosa recreación de sus talleres de trabajo a principios del siglo XX.
Llama especialmente la atención la sala de los gigantes y cabezudos. Entre ellos, un conjunto de desfile del Corpus Christi madrileño o del carnaval, con los personajes don Carnal y doña Cuaresma. En este conjunto también se puede ver la grotesca representación de personajes históricos de gran tradición en la capital como la de Quevedo o la de Mari Bárbola, a la que Velázquez inmortalizó en las Meninas.
El museo expone, asimismo, diversos utensilios y aparejos del modo de vida que era común en los pueblos y presta atención a un importante fenómeno que marcó la historia tanto del medio rural como de las grandes urbes en los últimos dos siglos, la migración del pueblo a la ciudad. Un fenómeno al que no son ajenas corralas como la que acoge al propio museo, una tipología edificatoria que acogió a buena parte de esa nueva población urbana que a menudo tenía que vivir en duras condiciones.
El edificio data de 1860 y estuvo habitado hasta 1999, cuando se cerró por su deterioro. Su adquisición por el Ayuntamiento madrileño lo salvó de la demolición, y tras diversos planes, finalmente se llegó a un acuerdo con la UAM, que derivó en la creación del Centro Cultural La Corrala, en el cual se ubica el museo.
Tras la sencilla fachada que da a la calle Arniches —escritor al que tanto inspiraron estas calles de Madrid y sus habitantes— el inmueble se despliega sobre un gran patio central que en su día estaba ocupado por tiendas y talleres, en su mayoría relacionados con la actividad del Rastro. En la reforma, llevada a cabo por el arquitecto Jaime Lorenzo, el patio central queda acotado por grandes tablones de madera que rememoran los modestos cierres que probablemente improvisaban los comerciantes para sus negocios. El conjunto cuenta, además, con caballeriza y una fuente con un gran pilón que recrea un abrevadero de caballos, pues se cree que, en su primera planta, el edificio pudo albergar una parada de postas.
La boca del abrevadero sirve de claraboya para el auditorio subterráneo que incluyó la reforma de 2008, para la que hubo que reforzar la cimentación del edificio. El edificio cuenta además con una sala para exposiciones temporales, una biblioteca y aulas.
La intervención salvó de la ruina un edificio singular muy enraizado en el barrio. Díaz-Plaza recuerda aún con agrado cómo a la inauguración del museo, en 2012, multitud de vecinos se acercaron a conocerlo. Entre ellos, varios le contaban que entre esas paredes habían nacido sus padres, tíos o ellos mismos y anécdotas vividas y transmitidas de aquella época.
Fue en gran media Guadalupe González-Hontoria, reputada etnóloga e historiadora, la artífice del museo, ya que su colección fue la que se trasladó a esta ubicación. Una colección que previamente se exponía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Autónoma y que había nacido del tesón y de la buena fortuna de la etnóloga. Tesón para recolectar por España todo tipo de enseres y utensilios que la industrialización estaba haciendo desaparecer; y fortuna, por hacerlo en un pequeño coche que la profesora ganó en uno de los populares sorteos de los años 60 del pasado siglo.
Conduciendo aquel vehículo por los pueblos de la península fue como la profesora adquirió gradualmente muchas de las dos mil piezas con que llegó a contar su colección. Ese fue el germen del actual museo que se puede disfrutar, totalmente gratis, de lunes a viernes, de 10:00 a 20:00 horas, y los sábados, de 10:00 a 14:00 horas.