17 junio 2025
por Madrid Nuevo Norte
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la población española mayor de 65 años aumentará significativamente en las próximas décadas, pasando de 9,3 millones en 2020 a 14,6 millones en 2050, lo que representará más del 30% del total. Este cambio demográfico plantea importantes desafíos sociales, impulsando la necesidad de adaptar aspectos clave como el transporte, la vivienda y el diseño urbano a las nuevas demandas y necesidades de las personas mayores.
El proyecto Ciudades y Comunidades Amigables con las Personas Mayores (Age Friendly Cities) forma parte de la estrategia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para la década del Envejecimiento Saludable (2021-2030). Esta iniciativa se basa en la premisa de que una ciudad o comunidad amigable con las personas mayores es aquella que adapta sus servicios y estructuras físicas para ser más inclusiva y ajustarse activamente a las necesidades de su población. En España, el Imserso, en colaboración con el Centro de Referencia Estatal de Autonomía Personal y Ayudas Técnicas (Ceapat), lidera esta iniciativa nacional, dinamizando una red que ya cuenta con más de 250 ciudades, municipios y pueblos.
El diseño de ciudades amigables con las personas mayores debe ser una prioridad, haciendo énfasis en la comodidad, la seguridad y la autonomía de sus habitantes mayores. Desde calles accesibles hasta lugares públicos bien señalizados, cada elemento urbano debe pensarse desde una perspectiva inclusiva y práctica, adaptada a las necesidades reales de sus ciudadanos. Y como base para que esto sea posible, es importante promover una imagen positiva, diversa y realista del envejecimiento, que reconozca las capacidades, los derechos y las aspiraciones de las personas mayores, y que fomente su inclusión en todos los ámbitos de la vida, lo que incluye, claro está, su papel dentro de la ciudad.
Las ciudades que adoptan un diseño urbano inclusivo, con aceras amplias y sin obstáculos, semáforos que ofrecen más tiempo para cruzar con seguridad, y espacios verdes con sombra y zonas de descanso frecuentes, marcan una diferencia significativa en la calidad de vida de sus habitantes, especialmente de las personas mayores. Un ejemplo destacado es el barrio de Ruzafa en Valencia, donde la ampliación de aceras, la mejora de cruces peatonales y la instalación estratégica de bancos han contribuido notablemente al bienestar de la población mayor. Madrid, donde 1,1 millón de personas tienen 65 años o más, forma parte de una Red Mundial de Ciudades y Comunidades Amigables, lo cual garantiza que este grupo poblacional tenga acceso a los medios y la infraestructura urbana para cubrir sus necesidades. La capital española se ha estructurado en torno a objetivos clave como mejorar la accesibilidad del transporte público, facilitar la movilidad en calles y espacios públicos, y fomentar la participación activa de las personas mayores en la vida social y cultural de la ciudad. Entre las acciones más destacadas se incluyen la adaptación del mobiliario urbano, la instalación de rampas y accesos especiales para sillas de ruedas en autobuses y estaciones de metro, y programas para evitar el aislamiento mediante actividades comunitarias.
Las personas mayores tienen menos probabilidades de conducir, lo que hace imprescindible que las ciudades dispongan de un sistema de transporte público accesible. En Japón, uno de los países con la población más envejecida del mundo, ciudades como Toyama han impulsado con éxito el modelo de «ciudad compacta», basado en una planificación urbana de alta densidad que prioriza el transporte público y fomenta formas de movilidad activas como caminar o utilizar la bicicleta. Este enfoque reduce considerablemente el riesgo de aislamiento social y mejora la calidad de vida de las personas mayores, ofreciéndoles independencia en sus desplazamientos cotidianos. El objetivo central es dar una alternativa a la expansión urbana, ya que un crecimiento disperso de las ciudades supone una barrera adicional para quienes tienen movilidad limitada, al necesitar el coche para desplazarse y no disponer de redes de apoyo cercanas.
Es en los núcleos urbanos densos donde proliferan espacios públicos pensados para el encuentro comunitario, vivienda próxima al comercio, servicios médicos y culturales, así como una red eficiente de transporte público que libera de la dependencia del automóvil. Buses con plataformas bajas y conductores conscientes de esperar hasta que la última persona se siente o ascensores funcionales en cada estación de metro forman parte de esos cambios a favor de la inclusión. Además, pequeñas medidas urbanísticas, como reducir la distancia entre las paradas de transporte público, ubicar estratégicamente bancos para sentarse y tiendas o ampliar el tiempo para cruzar los pasos de peatones animan a las personas mayores a salir a la calle. También, al facilitar la orientación mediante un diseño simple, accesible y amigable de señales y carteles, se permite que las personas mayores se orienten fácilmente, lo que convierte la ciudad en un lugar donde la autonomía y la inclusión de este sector poblacional no son un lujo, sino un derecho cotidiano.
La vida social es una pieza clave para que una ciudad sea realmente amigable con las personas mayores. Más allá de crear espacios específicamente diseñados para este grupo de edad, es necesario apostar por lugares comunitarios donde personas de diferentes generaciones puedan encontrarse, compartir experiencias y establecer relaciones de manera natural. En Bilbao, por ejemplo, las plazas peatonales céntricas son punto de encuentro natural entre generaciones: mientras los niños juegan, los adultos charlan y los mayores disfrutan del sol en bancos accesibles y cómodos. Un modelo que aplican diferentes ciudades europeas, como Viena o Ámsterdam, donde los parques urbanos y las zonas peatonales no solo facilitan encuentros casuales, sino que organizan actividades culturales y recreativas abiertas a todas las edades. Al potenciar estos espacios compartidos, se promueve el envejecimiento activo, se reduce el aislamiento y se fortalece el sentido de comunidad, convirtiendo la ciudad en un auténtico lugar de convivencia e integración.