20 diciembre 2021
por Madrid Nuevo Norte
Internacionalmente conocido por su visión sostenible y tecnológica de la arquitectura, que se materializó en obras tan reconocidas como el rompedor Centro Pompidou de París, la madrileña Terminal 4 de Barajas, o el Millenium Dome de Londres, Richard Rogers, recientemente fallecido, nos deja también el importante legado de su pensamiento enfocado en lograr ciudades que se centran en el bienestar de las personas que las habitan.
El propio jurado del Premio Pritzker destacó en 2007 la perspectiva urbana y social de su carrera, a la hora de otorgarle el más prestigioso galardón internacional de arquitectura: “Tanto por sus escritos, a través de su papel como asesor de diversos agentes urbanizadores, como por su trabajo de planificación a gran escala, Rogers es un campeón de la vida urbana y cree en el potencial de la ciudad para ser un catalizador del cambio social”, expresaba entonces el jurado como argumento para galardonar a este arquitecto británico, nacido en Florencia y formado primero como arquitecto en Londres y, más tarde, en la estadounidense Universidad de Yale.
Y es que Rogers, pionero en diseñar edificios que se preocupaban verdaderamente por la construcción sostenible, yendo más allá de los gestos formales o diseños llamativos de muchos de sus contemporáneos, fue también un importante teórico del urbanismo, cuyas ideas ayudaron, por ejemplo, a que tomase forma una de las mayores reformas urbanas de Londres, la recuperación de la orilla sur del Támesis.
En su ensayo “Ciudades para un pequeño planeta” Rogers desgranó su pensamiento en relación con la ciudad y su convencimiento de que las ciudades pueden ser “el trampolín para restaurar la armonía perdida entre la humanidad y su medio”. Y lo hizo allá por el año 2.000, cuando este tipo de consideraciones no estaban aún de forma prioritaria en la agenda de muchos gobiernos ni de la sociedad civil.
Para Rogers, entre las claves y retos de las ciudades del siglo XXI se encuentra la necesidad de recuperación de auténticos espacios públicos de encuentro, que han sido a menudo sustituidos por grandes centros comerciales cerrados y aislados de su entorno. El arquitecto británico avisaba: “las calles tradicionales están vaciándose de contenido social y comercial, convirtiéndose en tierra de nadie, recorrida por ocasionales peatones y muchos coches”, subrayó, incidiendo en que a medida que se pierde la costumbre de la vida en el espacio compartido, también se pierde el hábito de la socialización, acentuándose también el aislamiento de las personas.
Y, a juicio del arquitecto, la solución a esta problemática pasaba por lograr que la sostenibilidad se convierta en el principio rector del diseño urbano moderno, en torno al cual se estructuren todos los elementos de la ciudad, una ciudad compacta, socialmente diversa y en la que los distintos usos se mezclen y se complementen que “requiere la superación del urbanismo de función única y del predominio del automóvil”.
Dentro de su visión de los entornos urbanos del futuro, las ciudades “ya no estarán divididas en zonas como hoy, en guetos aislados de una sola actividad; más bien se parecerán a las ciudades más ricas del pasado. La vida, el trabajo, las compras, el aprendizaje y el ocio se superpondrán y se alojarán en estructuras continuas, variadas y cambiantes”. Rogers amaba apasionadamente la ciudad y disfrutaba de “la vivacidad de las plazas públicas, la variada mezcla de ámbitos laborales, tiendas y viviendas que componen barrios vivos”. Un modelo urbano que, gracias a el empuje de pioneros como él, hoy es ya el más extendido entre los mejores proyectos del urbanismo internacional.