24 septiembre 2024
por Madrid Nuevo Norte
Cuando uno piensa en el lugar donde pasó la infancia, es probable que no solo lleguen a la mente imágenes de sus calles y edificios, sino también sonidos, como el repique de unas campanas o unos ladridos, el aroma a café y bollos que desprendía alguna cafetería o la rugosidad e irregularidad de unos adoquines. Así, el olor, los sonidos o las diferentes texturas, además del aspecto visual, son sensaciones que experimentamos a través de nuestros sentidos e inciden de forma consciente e inconsciente en la forma en que habitamos una ciudad. A esto se le conoce como la dimensión sensorial de la vida urbana, un aspecto que está adquiriendo cada vez mayor relevancia en el diseño urbano y la transformación de nuestras ciudades.
La filosofía y la ciencia han dedicado grandes esfuerzos a lo largo de la historia a entender el funcionamiento de las percepciones que experimentamos a través de los sentidos y cómo afectan en nuestra vida. De forma paralela, la literatura, la música y el arte han tratado de captar y transmitir las experiencias sensitivas, además de mostrar su interrelación. Los lugares descritos en las obras de Gabriel García Márquez cobran vida fácilmente en la imaginación del lector gracias a la riqueza de detalles sensoriales; las obras de Van Gogh transmiten al espectador las texturas de sus paisajes; y Vivaldi es capaz de hacernos imaginar praderas verdes y olores frescos al escuchar los violines de su Primavera.
De la misma manera, también las ciudades pueden incidir en cómo percibimos el espacio urbano a través de nuestros sentidos. Y es que, aunque la información de nuestro entorno nos llega también a través de la piel, del oído o del olfato, vivimos mayormente pendientes de lo que vemos, llegando el sentido de la vista a anular, hasta cierto punto, la riqueza que percibimos a través del resto de sentidos. Un sesgo que también se traduce en una pérdida de riqueza respecto a cómo interactuamos y vivimos la ciudad. Por ello, hay investigadores que desde hace años están poniendo el foco en esta cuestión, dando paso a una nueva perspectiva que abre camino a un urbanismo más agradable y humano.
El investigador y antropólogo David Howes, director del Centro de Estudios Sensoriales de la Universidad de la Concordia en Montreal, ha destacado por plantear una mirada multidisciplinar en el estudio de las percepciones sensoriales. Howes defiende la necesidad de investigar las experiencias sensoriales a través de campos como la cultura, las relaciones sociales o la política, y no solo a través de la ciencia y la neurología. Y entre otras áreas de investigación, el centro que dirige ha impulsado el estudio de la dimensión sensorial en la arquitectura y la vida urbana.
En una de sus investigaciones, invitó a un grupo de personas a realizar un tour sensorial por la ciudad de Montreal a través del tacto. Sentir a través de nuestras manos las texturas de sus elementos físicos –que muchas veces muestran las cicatrices de la historia–, observar cómo las personas en hora punta son capaces de pasar unas muy cerca de otras sin que apenas exista contacto físico de sus cuerpos o experimentar en nuestra piel la temperatura, el viento, la sombra, el sol o la humedad y la sequedad. Una de las conclusiones fue que la irregularidad de las texturas de una ciudad recuerda su historia, define su identidad e imprime carácter.
También la investigadora Kate McLean destaca la importancia de los olores en el entorno urbano y cree que dicen mucho de las “prácticas culturales, industriales, comerciales, gastronómicas y de servicios municipales de nuestras ciudades”. Su trabajo se ha centrado en cartografiar los olores de diferentes ciudades y traducirlos en mapas. El paisaje olfativo de una ciudad, si se trata de olores desagradables, puede empeorar la calidad de vida de sus habitantes; pero ciertos olores de la naturaleza o de la gastronomía pueden ayudarnos a deleitar los pequeños placeres de la vida. Además, la Dra. McLean señala también en sus estudios la enorme conexión entre los olores, nuestra memoria olfativa y las emociones que éstos nos despiertan.
El paisaje sonoro, un concepto acuñado por el escritor y compositor Murray Schafer para hacer referencia a la comunicación entre el hombre y el medio en el que habita, es otro de los aspectos sensoriales que condicionan la calidad de vida en una ciudad. Hasta ahora la mayoría de las investigaciones e iniciativas se habían centrado en frenar y reducir la contaminación acústica, lo que Schafer consideraba “el ruido caótico y desconcertante” que deja tras de sí el ajetreo de las ciudades postindustriales, y que perjudica a la salud física y mental de los ciudadanos. Pero en los últimos años han proliferado multitud de estudios e iniciativas, no solo para reducir los sonidos molestos, sino también para generar una cierta musicalidad en el entorno urbano. Por ejemplo, herramientas como Soundscape Design, ReSilence o Soundscape Indices (las dos últimas financiadas con fondos europeos) se utilizan para medir los diferentes sonidos urbanos o incluso para analizar las reacciones neuronales de las personas ante diferentes sonidos del entorno.
Un reportaje del medio especializado MIT Technology Review, de la prestigiosa universidad MIT, difundió un proyecto de investigación del académico y músico Oğuz Öner para la ciudad de Estambul de paseos sonoros en los que los participantes paseaban la ciudad con los ojos vendados, entre cuyas propuestas planteó vegetación para amortiguar el ruido del tráfico o elementos como un órgano de olas para amplificar el relajante sonido del mar. Así, la incorporación de más vegetación, texturas y fuentes no solo enriquece el aspecto visual o mejora la calidad ambiental y el confort en las ciudades, sino que además construye una sinfonía de sonidos naturales y aromas que los habitantes pueden disfrutar.
En todo caso, la búsqueda de un modelo que mitigue aquellas percepciones negativas e incluya en entornos urbanos una experiencia sensorial más agradable es un reto que debe añadirse a muchas otras capas relacionadas con nuestra experiencia de la ciudad, algunas de ellas tan importantes como la accesibilidad universal y la igualdad de oportunidades para el disfrute de la ciudad. El urbanismo “sensorial” puede, pues, servir para afianzar y enriquecer el modelo de ciudades sostenibles, y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.