9 octubre 2025
por Madrid Nuevo Norte
Quizá porque están tan integrados en nuestro día a día, apenas los percibimos. Los bancos, esos sencillos elementos de madera, metal o piedra que encontramos en calles, plazas y parques, son parte inseparable del paisaje urbano. Algunos han pasado de ser meros elementos funcionales a convertirse en hitos arquitectónicos. Basta pensar en el banco serpenteante del Park Güell, diseñado por Antoni Gaudí, que, en su intento de crear un diseño ergonómico y singular, combina color, curvas y creatividad. O en los bancos-mirador del High Line de Nueva York, que integran el descanso con la contemplación de la ciudad desde una perspectiva elevada. Detrás de su aparente discreción se esconde un papel fundamental: el de garantizar que la ciudad sea habitable, inclusiva y humana. El futuro de las ciudades no solo pasa por la digitalización, la smart city o la movilidad eléctrica. Es importante detenerse y poner en valor estas sencillas piezas de mobiliario que, aunque modestas, sostienen la vida cotidiana. En la apuesta por un espacio público más amable y accesible para las personas, los bancos juegan un papel esencial. Un banco no solo es un lugar para descansar, sino que también es un punto de encuentro, un respiro en medio del tránsito y, en muchos casos, su existencia (o inexistencia) es indicativa de si nos encontramos ante un espacio urbano planificado para las personas.
Desde la óptica comunitaria, los bancos son elementos clave para el tejido social, pues invitan a la conversación entre vecinos y desconocidos, y facilitan el disfrute pausado del entorno. Crear una ciudad inclusiva implica eliminar barreras físicas, pero también diseñar entornos que fomenten la participación social y el bienestar colectivo.
Sentarse en un banco es, en muchos sentidos, un acto social. Allí se conversa, se comparten confidencias o se intercambian noticias del barrio. Se trata de un espacio neutral, abierto a todos, que no exige consumir ni pone condiciones de acceso. Se convierte, pues, en un punto de encuentro donde coinciden generaciones, acentos y culturas diferentes. La periodista, escritora y activista urbana Jane Jacobs lo resumió con la expresión ojos en la calle: la vida urbana se teje con la presencia constante de personas que, al estar visibles, convierten los espacios en lugares seguros y compartidos. En este sentido, los bancos invitan a permanecer, a quedarse, a mirar. Se lee, se come, se charla o simplemente se observa la vida pasar.
Algunas ciudades de países como Estados Unidos, Canadá, Suiza y Reino Unido han llevado esta idea aún más lejos. Es el caso de Saltash, en el Reino Unido, donde el ayuntamiento instaló «bancos para charlar» con un propósito explícito: combatir la soledad. La iniciativa parte de una premisa sencilla pero poderosa: si te sientas en ese banco concreto, es un indicativo de que estás abierto a una buena conversación con quien se acerque. Tal como explican desde el ayuntamiento: «Charlar con alguien puede ser un simple acto de amabilidad que puede apoyar a las personas de manera positiva y unir a nuestra comunidad».
Los bancos, aunque puedan parecer un detalle menor, son un verdadero termómetro de hasta qué punto una ciudad está pensada para todas las personas. Para muchas personas mayores, caminar sin pausas prolongadas resulta difícil, incluso imposible si no tienen un punto de apoyo a cada tramo. Un banco encontrado a tiempo puede ser la diferencia entre salir de casa y seguir participando de la vida del barrio o quedarse aislado por miedo al cansancio o a una caída. La accesibilidad, en este caso, no depende únicamente de rampas, ascensores o semáforos adaptados, sino también de la posibilidad de dosificar el esfuerzo. Cada banco en una avenida, cada asiento en una plaza se convierte en una extensión de la autonomía personal.
No es casual que la Organización Mundial de la Salud haya identificado los bancos como un indicador clave de accesibilidad en su guía sobre ciudades amigables con las personas mayores. Una ciudad para todas las edades es el punto de partida de la llamada visión 8-80: si un entorno urbano es cómodo y seguro para un niño de ocho años y para una persona de ochenta, lo será también para todos los demás. Esta idea, sencilla y poderosa, está detrás del trabajo de la Red de Ciudades que Caminan, que impulsa urbes donde desplazarse a pie resulte agradable, seguro y accesible para cualquiera. Sus propuestas también ponen el foco en lo cotidiano: ubicar bancos al menos cada 100 metros para que siempre haya un lugar donde descansar. Medidas pequeñas que, sumadas, generan grandes cambios en la manera de vivir la ciudad.
Pero la importancia de estas piezas de mobiliario no se limita a la vejez. En España, más de 4,3 millones de personas viven con alguna discapacidad, un 14% más que en 2008. Para muchas de ellas, encontrar un lugar para sentarse en la calle es mucho más que un gesto de comodidad: es lo que les permite desplazarse de manera autónoma, integrarse en la vida urbana y disfrutar del espacio público en igualdad de condiciones. Y lo mismo ocurre con mujeres embarazadas, familias con niños pequeños o, sencillamente, con cualquier ciudadano que necesite un respiro en mitad del camino. En este sentido, un banco es mucho más que un mero asiento.