19 noviembre 2025
por Madrid Nuevo Norte
Cada ciudad está formada por los edificios que en ella se levantan, pero también, de alguna manera, por los que nunca llegaron a construirse. Durante más de un siglo, Madrid ha sido terreno fértil para las ideas visionarias. En las mesas de sus arquitectos y urbanistas se han dibujado planes que, de haberse materializado, habrían dado a la capital una forma completamente distinta. Ideas no materializadas, a veces disparatadas y siempre sorprendentes, que concebían la ciudad de otra manera. Explorar esos proyectos es recorrer la historia de un Madrid soñado e imaginarse cómo sería hoy nuestra ciudad si estas construcciones y espacios monumentales se hubieran llevado a cabo.
A finales de los años treinta, el célebre arquitecto Antonio Palacios concibió para la capital un proyecto tan sorprendente como visionario: una Gran Vía Aérea que uniría Príncipe Pío con la Casa de Campo mediante pasarelas suspendidas a sesenta metros del suelo. Las estructuras, de unos tres kilómetros de longitud, se apoyarían en grandes edificios que alojarían comercios, restaurantes y espacios públicos. La propuesta pretendía liberar el tráfico del nivel de la calle y crear una segunda ciudad elevada. Era una idea avanzada para su tiempo, influida por los modelos de ciudades verticales que empezaban a debatirse en Europa. Sin embargo, las circunstancias económicas y políticas de la época hicieron imposible su materialización. La escasez de materiales, el coste y la prioridad de la reconstrucción tras la guerra pesaron más que la audacia de la propuesta.

Imagen de lo que podrá haber sido la Gran Vía Aérea de Madrid (Fuente: Telemadrid)
Antonio Palacios también quiso transformar el corazón de la capital con un proyecto que habría cambiado por completo la Puerta del Sol. Su idea consistía en demoler buena parte de los edificios circundantes para levantar un conjunto monumental de estilo clasicista, con una gran plaza elíptica rodeada de arcos de triunfo y fachadas porticadas. El centro neurálgico de Madrid se habría convertido en un espacio unificado con grandilocuentes arcos triunfales y obeliscos, más cercano a los grandes foros europeos que a la plaza irregular y bulliciosa que conocemos hoy. El objetivo era dotar a la ciudad de un símbolo representativo de su modernización, sin renunciar a la monumentalidad historicista. La propuesta, sin embargo, se quedó en un boceto. En los años posteriores, la Puerta del Sol siguió siendo objeto de múltiples reformas, pero ninguna alcanzó aquella escala.
Décadas antes, en 1892, el arquitecto e ingeniero Alberto de Palacio –autor de la estación de Atocha y coautor del Palacio de Cristal del Retiro– había presentado un proyecto colosal: levantar, también en El Retiro, un globo terráqueo metálico de doscientos metros de diámetro sobre un pedestal que sumaría cien metros más de altura. Superando a la torre Eiffel en tamaño, en su cúspide se colocaría una réplica de la carabela Santa María para simbolizar la llegada de Colón a América, y en su interior se instalarían miradores, museos y salas educativas. La propuesta pretendía conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América y, al mismo tiempo, mostrar la confianza en la ciencia y la ingeniería de la época. El globo habría sido visible desde toda la ciudad y habría convertido el parque en un emblema mundial. Sin embargo, su coste y la complejidad técnica resultaban desproporcionados para la España de finales del siglo XIX. Los informes oficiales lo descartaron y el monumento nunca pasó de las maquetas. El proyecto muestra cómo la arquitectura del cambio de siglo estaba absolutamente fascinada por la modernidad industrial. De haberse construido, indudablemente El Retiro habría cambiado su imagen y sus perspectivas para siempre.

El gigantesco globo terráqueo que se situaría en El Retiro (Fuente: Scientific American)
En los años veinte, Madrid también coqueteó con la idea de tener su propia torre Eiffel. Casto Fernández Shaw, un arquitecto de desbordante imaginación futurista, propuso construir en la Casa de Campo un mirador de quinientos metros de altura, completamente metálico, desde el que se divisaría toda la ciudad y la sierra. La iniciativa buscaba atraer turismo y proyectar una imagen moderna de la capital. Se llegaron a realizar cálculos preliminares y estudios de emplazamiento, pero el proyecto se esfumó con la crisis económica de finales de aquella década. La torre habría sido un símbolo de la era del acero y la ingeniería, pero su construcción resultaba, además de técnica y económicamente compleja, incompatible con el entorno natural de la Casa de Campo, recién abierta al público tras siglos como coto real.

Recreación de la Torre mirador de Casto Fernández Shaw y cómo sería en su entorno (Fuente: Telemadrid)
Durante los años cincuenta y sesenta se sucedieron otras propuestas igualmente singulares. Una de ellas, que podría definirse como la «Azca escurialense», imaginaba un complejo financiero de grandes torres inspiradas en la arquitectura del monasterio de El Escorial. La idea pretendía dotar a Madrid de un centro de negocios con identidad propia. Nunca se ejecutó en ese estilo, pero anticipó la futura operación de Azca, que décadas después sí materializó una versión más racionalista de aquel sueño.

Proyecto de la Azca herreriana que nunca se materializó (Pedro Bidagor, Junta de Reconstrucción de Madrid).
En la misma época, se proyectó una singular basílica moderna, llamada a ser la catedral de Madrid, en la colina donde hoy se encuentra el Templo de Debod. Sería una estructura metálica de líneas futuristas, concebida como un espacio de culto y también como mirador. El proyecto se abandonó antes siquiera de definirse por completo, y el terreno acabaría acogiendo el milenario templo egipcio donado por el Gobierno de Egipto en los años setenta.

Imagen del proyecto no realizado de Cabrero y Aburto para una basílica catedral en lo que hoy es el parque del Templo de Debod.