8 enero 2019
por Madrid Nuevo Norte
Los cinco bulevares históricos de Madrid nacieron en el siglo XIX como vías anchas y arboladas que marcaban el límite entre la ciudad histórica y los nuevos ensanches.
Absorbían tráfico de vehículos, pero también contaban con amplios espacios para el peatón, además de aglutinar una intensa actividad comercial.
Tras un paréntesis de varias décadas, en las que se dio prioridad absoluta a los coches, en las últimas tendencias urbanísticas resurge la apuesta por una ciudad más peatonal y también del bulevar.
En un sentido amplio, el término bulevar se refiere a una calle más ancha de lo habitual, arbolada, con zonas de paseo que pueden ser laterales o centrales y que a menudo cuenta con zonas comerciales. Dentro de esta definición cabrían, por ejemplo, vías madrileñas como el histórico eje Prado-Recoletos o la soterrada avenida de Portugal. Sin embargo, en su acepción original, para ser llamada bulevar una calle ha de cumplir otros requisitos adicionales: estar en el límite histórico de la ciudad, ser la ampliación de la ronda de una fortificación y delimitar un ensanche urbano. De hecho, la palabra bulevar viene del francés boulevard que, a su vez procede del neerlandés bolwerk, que significa bastión.
Este origen se remonta a la época en que se bordeaban con rondas los cascos históricos fortificados de muchas ciudades en Holanda, Bélgica y Francia, durante las guerras que se libraron en los siglos XVI y XVII. En el siglo XIX, estas fortificaciones dejaron de tener sentido en términos militares y al desaparecer las murallas, las calles que discurrían en paralelo sí se conservaron, marcando el límite entre el trazado antiguo de las ciudades y los modernos ensanches.
En ese sentido estricto y primigenio del término, los bulevares históricos de Madrid son cinco: Marqués de Urquijo, Alberto Aguilera, Carranza, Sagasta y Génova. A través del eje Prado-Recoletos conectan con las llamadas rondas del sur de la ciudad. Gran parte del recorrido de estos bulevares históricos coincide con el de la desaparecida cerca de Felipe IV que, más que una muralla defensiva, tenía carácter fiscal. Esta función de marcar los límites de la ciudad a efectos del pago de impuestos se perdió en el siglo XIX, cuando tuvo lugar su derribo, ya que limitaba la expansión de la ciudad.
Tras su demolición, los nuevos bulevares conectados entre sí se convierten en una suerte de anillo de circunvalación que aún hoy marca el límite entre el casco histórico y los nuevos ensanches que surgen en la época, en línea con las tendencias urbanísticas europeas del XIX. Los bulevares de París y la Ringstrasse de Viena son referentes internacionales de este concepto.
La desaparición de la cerca, la creación de los cinco bulevares ya mencionados y la aparición del ensanche están muy relacionados entre sí, como se aprecia en el famoso plano de Castro, autor de esta primera ampliación de Madrid. Hasta que el ensanche no se consolidó, los bulevares eran zonas bastantes inhóspitas y semivacías, al encontrarse aún en zonas de borde. Su ocupación y actividad creció gradualmente, conforme avanzó el trazado de nuevas calles para prolongar la ciudad. Una vez se fue habitando y consolidando el ensanche, los bulevares pasaron a tener mucha vida, sobre todo comercial. Se convierten entonces en calles con una ubicación muy estratégica, se instalan en ellos nuevas tiendas, pequeños talleres… ya que la industria pesada se concentraba en el sur y más cerca de las estaciones de ferrocarril de la época.
La actividad comercial de los bulevares también se vio favorecida por su función como circunvalaciones, al tratarse de vías rápidas que permitían recorrer la ciudad fácilmente. A la vez, absorbieron un importante tránsito de peatones por la zona arbolada, tanto procedente del centro como del ensanche. Asumieron además un notable tráfico de vehículos, máxime teniendo en cuenta que a finales del siglo XIX a los carruajes se sumaron los primeros automóviles como medio de movilidad privada.
Si bien el trazado de los bulevares de la capital se mantiene en la actualidad, así como parte de su arbolado, con el tiempo el peatón fue perdiendo terreno en su superficie, en el contexto del crecimiento desarrollista que se inició en la década de los 60. Fue entonces cuando se consolidó la tendencia de dar prioridad a los coches en las ciudades, a reducir aceras y aumentar carriles en calles anchas. En Madrid, algunas isletas centrales fueron invadidas por aparcamientos de turismos y se hicieron scalextrics dentro de la trama urbana, como los de Atocha y Cuatro Caminos.
En la última década la tendencia se ha invertido y el peatón ha ido recuperando protagonismo de forma gradual. No obstante, hoy, los cinco bulevares históricos de Madrid siguen siendo vías de tráfico rápido y ejes fundamentales para el tránsito rodado de una zona a otra de la ciudad. Y aún siguen siendo conocidos popularmente como “los Bulevares”, aunque pocos madrileños saben cuál es el origen de ese nombre.
En los nuevos desarrollos urbanísticos, la presencia de nuevas franjas peatonales y arboladas en calles y avenidas es mucho más factible que en las zonas históricas, por evidentes consideraciones de espacio disponible, y el bulevar ha resurgido en nuestros días para devolver la ciudad a los peatones. Algunos nuevos desarrollos de Madrid han incorporado bulevares en los últimos tiempos, como ha sucedido en Vallecas y otras intervenciones de finales del siglo XX y principios del XXI.
Los bulevares y sus zonas para el paseo, asociadas a la existencia de comercios en planta baja, facilitan la presencia de vida urbana. Madrid Nuevo Norte, el gran proyecto de regeneración urbana de la capital, ha apostado por priorizar el espacio para el peatón y sus actividades, transformando en un bulevar la prolongación de la calle de Agustín de Foxá, que será el será nuevo eje y centro de actividad del norte de Madrid. Asociado a dicho proyecto, también tendrá carácter de bulevar el tramo final del paseo de la Castellana. El eje de esta espina dorsal de la capital continuará al norte de la M-30 como un pasillo verde, que conectará la ciudad con el monte de El Pardo.
Post elaborado con la colaboración de Óscar da Rocha Aranda, Doctor en Historia del Arte y profesor del Instituto de Humanidades Francesco Petrarca, especializado en arquitectura de los siglos XIX y XX.