16 julio 2020
por Madrid Nuevo Norte
A pesar de que hoy sólo quedan unas pocas puertas monumentales de las decenas que llegó a haber en Madrid, forman parte de la identidad de la capital hasta tal punto que una de ellas, la puerta de Alcalá, se ha convertido en símbolo de toda la ciudad.
Conforme la Villa y Corte crecía con los siglos, se construyeron en torno al núcleo urbano sucesivos recintos amurallados para rodearla y marcar sus límites. Fueron muchas las puertas por las que accedía a Madrid de las que ya no quedan restos visibles, más allá de dejar sus nombres allá donde estuvieron, en lugares como la Puerta del Sol, Puerta de Moros o Puerta Cerrada. En el siglo XVIII, los cronistas contabilizaban en el recinto del Madrid borbónico cinco “reales puertas” que coincidían con los principales caminos de acceso a la ciudad y en las que se recaudaban tributos a quienes traspasaban su umbral: eran las puertas de Alcalá, Atocha, Segovia, Toledo y Bilbao, también llamada de los Pozos. Con ellas convivían otros once portillos —o postigos— de menor categoría. La mayoría de ellas sólo queda en la memoria gracias a antiguas crónicas, grabados y pinturas. En este post hacemos un repaso por los accesos históricos que sí han logrado sobrevivir al paso del tiempo.
Tras los fastos con los que fue recibido en 1759 el rey Carlos III al llegar a Madrid desde Nápoles, el nuevo monarca ordenó sustituir el antiguo arco de la calle de Alcalá, que ya había sido reconstruido en diversas ocasiones, por un nuevo diseño más monumental y acorde con el estilo imperante en su época, así que convocó un concurso para definir el proyecto. A la cita se presentaron arquitectos tan prestigiosos como Ventura Rodríguez o José de Hermosilla, pero el ganador fue el italiano Francesco Sabatini que, en 1778, vio finalizada su obra. Con su diseño clasicista, la Puerta de Alcalá se convirtió en uno de los primeros arcos del triunfo construidos en Europa desde la caída del Imperio Romano. Su elegante presencia ha hecho de ella uno de los monumentos más celebrados de la capital a lo largo de la historia, y también en uno de los más populares. A ello ha contribuido, ya en tiempos recientes, la canción que le dedicó el grupo pop Suburbano en 1986, y que popularizaron Ana Belén y Víctor Manuel.
La tradición dice que el monarca francés José I Bonaparte fue el primero que encargó al arquitecto Antonio López Aguado un proyecto para dar mayor realce la entrada a Madrid desde Andalucía, que sustituiría a la existente y se erigiría en honor a Napoleón, el hermano del rey. Esa versión de la historia, ampliamente difundida, narra que, cuando el ejército francés abandonó Madrid, el recién estrenado Ayuntamiento retomó el proyecto con el mismo arquitecto, pero esta vez, paradójicamente, en honor al retornado rey Fernando VII y a la victoria española contra las tropas napoleónicas.
No obstante, la realidad parece ser otra, según ha investigado el arquitecto y experto en el tema Aitor Goitia, si bien la historia verdadera no está exenta tampoco de vaivenes a la hora de dedicar el monumento a una u otra causa. El primer hecho documentado del encargo de esta puerta data de 1813, muestra que el proyecto del monumento tendría como propósito, desde su origen, dar la bienvenida a las instituciones democráticas que surgieron de las Cortes de Cádiz y que fue solicitado por el Ayuntamiento constitucional. Su construcción sufrió no pocos avatares y parones, y el monumento constitucionalista acabó siendo completado en 1827 y dedicado entonces al monarca absolutista Fernando VII, el mismo que ya había derogado la carta magna aprobada en Cádiz, popularmente conocida como “la Pepa”. Dado su carácter conmemorativo, la puerta está decorada con trofeos militares, el escudo de la ciudad y la inscripción: “A Fernando VII, el Deseado, padre de la Patria, restituido a sus pueblos, exterminada la usurpación francesa”.
A su fama de monumento “chaquetero”, que un día valía para conmemorar una cosa y otro la contraria, colaboraron los relatos de los historiadores Ramón Mesonero Romanos (1861) e Higinio Ciria (1904), que afirmaban que bajo el monumento se enterró una especie de “cápsula del tiempo”, una caja en la que, inicialmente, se habrían guardado monedas de la época, guías, calendarios y símbolos de José I Bonaparte y del poder napoleónico. Ambos cronistas sostienen que el contenido de esa caja fue sustituido varias veces, primero por la mentada Constitución de 1812, “la Pepa”, y medallas del nuevo monarca Fernando VII, y luego, tras la abolición de la Constitución de Cádiz, de nuevo reemplazada por prensa, guías y almanaques del momento.
Toda esta complicada historia de idas y venidas, así como la profusa literatura sobre el tema, puede que influyesen en la percepción de los madrileños sobre la puerta de Toledo, que acaparó menos protagonismo y afecto popular que su hermana de la calle Alcalá y su diseño neoclásico adquirió, injustamente, fama de tosco y masivo. Se dice que llegó a existir una letrilla satírica que la definía como “un elefante de piedra, / cebado con adoquines”.
La actual puerta que podemos observar en la glorieta de San Vicente, frente a la estación de Príncipe Pío, es una reconstrucción de 1995 de la original de Francesco Sabatini, que estuvo en ese mismo lugar entre 1775 y 1892.
Anteriormente, hubo en esa misma zona otra entrada a la ciudad, que encargó al arquitecto Pedro de Ribera el marqués de Vadillo, corregidor de la villa, y que estaba ornamentada con una imagen de San Vicente. Esa puerta de estilo barroco fue derribada en 1770 para reordenar los accesos del Palacio de Oriente y su conexión con El Pardo. Acabadas las obras camineras, Carlos III encargó a Sabatini hacer una nueva puerta que fue terminada en 1775. Tenía tres vanos y se construyó con granito y piedra caliza de Colmenar de Oreja. El frontón triangular que coronaba el monumento estaba rematado por un trofeo militar, al igual que los postigos laterales.
El monumento fue desmontado en 1890 para volver a reordenar los accesos a Madrid en esa zona y eso supuso, en la práctica, su destrucción total. Aunque en un primer momento se pensó en reubicarla en el Retiro, finalmente algunos de sus sillares de piedra fueron reutilizados para la construcción de farolas monumentales en el centro de Madrid, otros subastados, y el resto se guardó en almacenes municipales, perdiéndose la pista de su paradero.
En los años 90 del pasado siglo, el Ayuntamiento decidió reponer la Puerta de San Vicente en su lugar original, desmontando para ello una fuente monumental, la “fuente de Villanueva”, que actualmente se ubica en el parque del Oeste. La réplica exacta de la puerta fue encargada al ingeniero Juan Antonio de las Heras Azcona y se pudo llevar a cabo gracias a los planos originales y a una vieja instantánea del fotógrafo francés Jean Laurent, aunque su orientación se modificó para que el monumento mirase hacia la ciudad.
Construida entre 1751 y 1753 siendo rey Fernando VI, está situada a las afueras de Madrid, porque en este caso no se trata de una puerta de la Villa y Corte, sino a otro recinto: era el elegante acceso al Real Sitio de El Pardo, coto de caza reservado a la realeza y sus nobles invitados. Su nombre proviene de las verjas de hierro forjado que cierran sus tres vanos. Actualmente no se encuentra en su emplazamiento original, ya que, para ampliar la autopista A-6, se desmontó piedra a piedra y se la desplazó a una isleta cercana.
Hecha de piedra blanca de Colmenar de Oreja y adornada con motivos militares, banderas, esfinges, jarrones y, por supuesto, el escudo real, el proyecto fue realizado por el arquitecto Francisco Moradillo; las esculturas fueron obra de Juan Domingo Olivieri y las verjas estuvieron a cargo del rejero Francisco Barranco. Aunque, según cuenta Lourdes Morales en su obra Herencia de los Borbones. Siglo XVIII, parece ser que Olivieri dimitió por discrepancias con el cantero y se tuvo que hacer cargo el propio Moradillo de la finalización de los trabajos.
Sin haber sido protagonista de solemnes acontecimientos ni conmemorar grandes victorias militares, su presencia ha dado nombre a numerosos lugares e instituciones de su entorno cercano, y a la vecina urbanización Ciudad Puerta de Hierro. A pesar de ese fuerte protagonismo en la identidad de la zona, los detalles del diseño ligero y delicado de su conjunto arquitectónico no pueden ser disfrutados con calma por madrileños y visitantes y, por su ubicación en un nudo de tráfico, su vista es siempre fugaz, desde el coche o desde la lejanía.
Otras puertas monumentales madrileñas que merece la pena destacar son las de dos importantes jardines históricos de la capital: el Real Jardín Botánico y el parque del Buen Retiro. La mayoría de los accesos al Retiro, algunos de ellos de gran interés y belleza, son de los siglos XIX y XX, pero aún se conserva una puerta monumental del siglo XVII, la llamada Puerta de Felipe IV, que se erigió en 1680 como entrada triunfal para la primera esposa de Carlos II, María Luisa de Orleáns. Tras su fallecimiento, fue usada 10 años después para dar la bienvenida a la segunda esposa del monarca, Mariana de Neoburgo. Reubicada varias veces en distintas localizaciones del perímetro del parque, es la puerta monumental más antigua que se conserva en Madrid y nos da una buena muestra del estilo barroco que imperaba primitivamente en los jardines del Buen Retiro. En cuanto al Real Jardín Botánico, son dos las puertas que cierran la valla de esta institución científica creada por Carlos III: la Puerta Real, obra de Sabatini fechada en 1774, y la Puerta Norte, de 1785, diseñada en estilo neoclásico por Juan de Villanueva, arquitecto del vecino Museo del Prado.