27 enero 2025
por Madrid Nuevo Norte
Europa es un continente marcado por su historia y sus monumentos son testigos de épocas y civilizaciones que dejaron huella en los paisajes urbanos. Entre estos, las grandes puertas y arcos monumentales no solo embellecen las ciudades, sino que también cuentan historias de triunfos, derrotas y cambios. Desde las guerras napoleónicas hasta los deseos de modernización de un imperio romano en decadencia, estas estructuras se convierten en guardianas de la memoria colectiva. Desde la madrileña Puerta de Alcalá hasta el Arco del Triunfo de Carrusel, en París, pasando por la Puerta de Brandemburgo, en Berlín, cada uno de estos monumentos nos permite acercarnos a eventos históricos que en su día fueron merecedores de ser recordados o conmemorados y al espíritu con el que se erigieron.
Construida en 1791 bajo el encargo del rey Federico Guillermo II, la Puerta de Brandemburgo fue diseñada por Carl Gotthard Langhans inspirándose en la entrada a la Acrópolis ateniense. Este majestuoso arco de estilo neoclásico fue testigo de las glorias y los dramas del Reino de Prusia, cargando con el peso simbólico de la historia contemporánea alemana. Con sus imponentes columnas dóricas y la cuadriga que la corona, este monumento ha sido escenario de importantes eventos históricos que van desde la marcha de las tropas napoleónicas tras la rendición de Prusia hasta la caída del Muro de Berlín en 1989, donde pasó de ser un recordatorio de la separación a un símbolo universal de unidad. Hoy, la Puerta de Brandemburgo sigue siendo el epicentro de celebraciones y eventos en la capital alemana, reflejando una Europa que mira al futuro recordando su pasado.
La famosa Puerta de Brandemburgo en Berlín
Roma, la ciudad eterna, guarda en su Foro Romano una de las puertas más fascinantes de la Antigüedad: el Arco de Septimio Severo. Construido en el año 203 d.C. para celebrar las victorias militares del emperador Septimio Severo y sus hijos Caracalla y Geta contra los partos, una de las principales potencias políticas y culturales del antiguo Irán, este arco es una muestra imponente de la propaganda imperial. Con sus tres arcos decorados con relieves que narran las conquistas del imperio, el arco servía tanto para glorificar a sus líderes como para recordar a los ciudadanos romanos la grandeza de su civilización. Aunque el paso de los siglos ha erosionado parte de sus detalles, el Arco de Septimio Severo sigue siendo una de las estructuras más fotografiadas del Foro, evocando la monumentalidad y el ingenio arquitectónico de Roma.
El Arco de Wellington, también conocido como el Arco de la Constitución, se alza en el corazón de Londres como un recordatorio de la victoria británica en las guerras napoleónicas. Diseñado por Decimus Burton en 1825, este arco monumental fue inicialmente concebido como una entrada ceremonial a Hyde Park, pero pronto adquirió un simbolismo militar al erigirse en honor al duque de Wellington. Con su parte superior decorada con una cuadriga de bronce, el arco se convirtió en un punto de referencia tanto histórico como urbano. Su ubicación en la intersección de importantes vías lo hace un lugar de paso cotidiano tanto para londinenses como para turistas.
Arco de Wellington
París es la ciudad de la luz, pero también es la ciudad de los arcos. Si bien el Arco del Triunfo de los Campos Elíseos es de los más visitados de la ciudad, el Arco del Triunfo del Carrusel, ubicado junto al Museo del Louvre, merece una atención especial. Este arco, diseñado por Charles Percier y Pierre Fontaine, lo ordenó construir Napoleón Bonaparte en 1806 para conmemorar sus victorias militares, y es un ejemplo perfecto del clasicismo ornamental y la ambición del emperador. Menos imponente que su hermano mayor, el Arco del Carrusel destaca por su elegancia y detalle, ya que sus columnas de mármol rosa sostienen un friso que narra episodios históricos como el de la Paz de Presburgo, la Conferencia Tilsit, la rendición de Ulm, así como la entrada a Múnich, mientras que su cima está coronada por una cuádriga inspirada en la antigua Roma. Aunque el imperio napoleónico es ya solo un recuerdo del pasado, este arco se ha convertido, con su simbolismo, en una joya arquitectónica que conecta la historia militar con la riqueza cultural de París.
La capital española guarda en cada rincón grandes estatuas, edificios emblemáticos y jardines que la hacen única. Pero si hay un monumento que se ha convertido en el símbolo de la ciudad, junto con su vecina Cibeles, es la Puerta de Alcalá. En el corazón de la Villa y Corte se erige esta imponente construcción, que fue inaugurada en 1778 bajo el reinado de Carlos III. Esta obra de un estilo barroco más sobrio y clasicista de lo que estamos acostumbrados en otros ejemplos madrileños, ha sido testigo del paso de los siglos con todos los cambios políticos, económicos y sociales que han definido la historia de España. Tanto es así que la Puerta de Alcalá conserva en su superficie agujeros de bala, testigos de los momentos más turbulentos de la historia de España, desde la Guerra de Independencia hasta la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, o los intensos enfrentamientos de la Guerra Civil. Su diseño, obra del arquitecto Francesco Sabatini, presenta cinco arcos de diferentes tamaños con esculturas de ángeles y leones hechas de piedra blanca de Colmenar, que adornan su estructura de granito. Se trata de una de las siete puertas que daban originalmente entrada a la ciudad, de las cuales sólo quedan dos en pie, aunque —con permiso de la Puerta de Toledo, la otra superviviente—, ésta es la más popular . “Mírala, mírala, mírala… ahí está viendo pasar el tiempo”, ha cantado todo madrileño en algún momento.