29 mayo 2025
por Madrid Nuevo Norte
En el número 50 del Paseo de la Castellana se alza uno de los edificios más icónicos del Madrid moderno, con una estructura que desafía la gravedad y respira una sutil estética contemporánea: el Edificio Castelar. Su presencia se impone en el perfil urbano del principal eje de la capital. Y lo hace gracias a su audaz diseño, que da la impresión de estar suspendido en el aire, desafiando las leyes de la física, en un gesto de elegancia intemporal.
Obra del arquitecto Rafael de La-Hoz Arderius, en colaboración con Gerardo Olivares, y el edificio se ha convertido en un hito del paisaje madrileño desde su inauguración en 1983. Su impacto en la ciudad fue inmediato por la sorpresa que produjo una estructura innovadora, en la que gran parte del edificio parece flotar sobre un núcleo de hormigón que actúa como columna vertebral. Un diseño que busca capturar la luz y el dinamismo de la ciudad, integrándose en el flujo constante del paseo de la Castellana con una fachada acristalada que refleja la vida urbana.
El proyecto del Edificio Castelar surgió en 1974, cuando el Banco Coca encargó construir su sede central en este solar privilegiado. La elección de Rafael de La-Hoz Arderius como arquitecto no fue casual, pues su trayectoria está marcada por un enfoque vanguardista en el que la luz y la integración urbana eran elementos esenciales. Su propuesta rompió con la imagen de la arquitectura bancaria tradicional y estableció un modelo de oficinas que privilegiaba la transparencia y la relación con el entorno.
La visión del arquitecto para esta sede era crear un prisma de cristal que flotase como un farolillo gigantesco. Esta ambiciosa idea se materializó en una parcela con un gran desnivel, que lejos de representar un obstáculo, se convirtió en una ventaja estructural y estética. Y es que lo que realmente distingue al Edificio Castelar del resto de edificios es su revolucionaria estructura suspendida. “En un alarde de ingeniería, los pisos del edificio se sostienen sobre un único brazo de hormigón que ni siquiera se encuentra en el centro de la estructura, sino más atrás, permitiendo que el 85% del edificio quede suspendido en el aire. Para mantener la transparencia y ligereza de la fachada sin comprometer la estabilidad, esta se colgó de 24 tirantes de acero tan finos que cada uno cabe en un puño”, detalló Rafael de La-Hoz sobre su proyecto. A diferencia de los edificios convencionales, donde las plantas se apoyan en pilares distribuidos a lo largo de su superficie, aquí toda la carga se concentra en un único núcleo de hormigón desplazado, generando un pronunciado voladizo que da la impresión de que el edificio flota sobre la ciudad.
Más allá de su diseño, la obra presentó desafíos significativos, especialmente en términos de climatización y eficiencia energética. Rafael de La-Hoz Castanys, hijo del arquitecto y continuador de su legado, lo explica con claridad: “Un edificio de cristal en una ciudad soleada es un horno o, más bien, un invernadero. Imaginen un coche con las ventanas cerradas, dentro hace un calor tremendo, pero al otro lado del coche, la luz filtrada ya no calienta. Con esa idea, mi padre atrapó el calor del sol en una doble piel de cristal que solo dejaba pasar al interior la luz fría. Si quería ser consecuente, solo podía usar vidrio para sujetarlo… ¿Pilares de cristal? Parece una contradicción de términos, pero es lo que consiguió tras años de investigación. Aún hoy, este vidrio con función estructural es una excentricidad, una hazaña de ingeniería”. Cuando cae el sol, la fachada de cristal se ilumina como un faro en pleno Paseo de la Castellana, integrándose en el vibrante paisaje nocturno de Madrid. Pero más allá de su impacto visual, el Edificio Castelar rompe con la tradición arquitectónica del entorno: en una zona donde la mayoría de los edificios se encierran en sí mismos, esta torre hace justo lo contrario. Su diseño libera el espacio a su alrededor, disolviendo los límites entre el edificio y la ciudad y permitiendo que cualquier viandante se acerque hasta su misma base, como si la construcción no solo perteneciera a sus ocupantes, sino también a la vida urbana que la rodea.
La fachada acristalada, además de su función estética, cumple con criterios de eficiencia térmica, lo que reduce el consumo energético y aprovecha la iluminación natural.
El edificio Castelar al atardecer. (Rafael de La Hoz)
Actualmente el Edificio Castelar sigue siendo un referente de la arquitectura madrileña y, aunque a lo largo de los años ha cambiado de propietarios y usos, y ha sido objeto de reformas para actualizar sus instalaciones, no se ha alterado su diseño original y su esencia sigue intacta. Hoy sirve de sede al prestigioso bufete de abogados Pérez-Llorca.