23 agosto 2024
por Madrid Nuevo Norte
Según Unicef, aproximadamente 1.000 millones de menores de edad viven en las ciudades del mundo. Sin embargo, la gran mayoría de estas urbes se diseñan y proyectan principalmente para satisfacer las necesidades y preferencias de quienes las construyen: la población adulta. Esto significa que las decisiones sobre infraestructura, transporte o desarrollo urbano se toman generalmente sin considerar cómo afectan al día a día de los niños, a su bienestar, ni a las distintas fases de su desarrollo hacia la edad adulta. Quizás resulte instintivo pensar en que lo normal es diseñar para los adultos, pero ¿nos hemos parado a pensar realmente cómo influyen los entornos urbanos en las vidas de los menores? ¿Hasta qué punto las ciudades dejan espacio a los más pequeños y su forma de desplazarse, entender y vivir el entorno? ¿Podemos reconciliar las necesidades de los mayores con las infantiles?
Un ejemplo de la hegemonía de la perspectiva adulta lo encontramos en las planificaciones urbanas que dejan en segundo plano las áreas verdes, parques infantiles y zonas peatonales seguras. Las calles congestionadas y los espacios públicos diseñados sin considerar a los niños crean entornos hostiles que limitan sus oportunidades para jugar, explorar y desplazarse con seguridad. Esto no solo afecta a los niños individualmente, sino que también impacta en la cohesión y el bienestar general de las comunidades urbanas. Los agentes creadores de las ciudades tienen la responsabilidad de prestar atención a las perspectivas de la infancia al definir los espacios y organizar la ciudad.
El enfoque de la planificación urbana debe evolucionar para integrar las necesidades de los niños, no solo como un grupo vulnerable, sino como un pilar fundamental del tejido social. Francesco Tonucci, viñetista y autor de numerosos libros sobre el papel de los niños en el ecosistema urbano, entre ellos La ciudad de los niños, ha sido uno de los principales defensores de esta perspectiva. Tonucci sostiene que una ciudad diseñada para los niños es una ciudad mejor para todos, ya que, al considerar las necesidades de los más pequeños, se crean espacios más seguros, accesibles y agradables para toda la población. Su iniciativa se ha materializado en un proyecto internacional liderado por el Consejo Nacional de Investigación italiano y el municipio de Fano, ciudad natal de Tonucci y el propio autor.
Viñeta de Francesco Tonucci.
“Los parques de juego para los niños son un interesante ejemplo de que los servicios son pensados por los adultos para los adultos, y no para los niños, aunque éstos sean sus destinatarios declarados. Dichos espacios son todos iguales, en todo el mundo –o por lo menos en el mundo occidental–, rigurosamente nivelados, a menudo circundados y siempre dotados de toboganes, hamacas y calesitas”, apunta Tonucci. Estos espacios iguales limitan la creatividad y la exploración, al no ofrecer un entorno que estimule la imaginación ni que se adapte a las particularidades culturales y ambientales de cada lugar. Además, esta uniformidad ignora las características del terreno y el clima local, perdiendo la oportunidad de crear espacios que se integren armoniosamente con la naturaleza y que reflejen la historia y cultura del lugar y no proporcionan un entorno inclusivo para personas con discapacidades.
El autor propone un cambio de óptica desde la administración “a la altura del niño, para no perder a nadie”. Tonucci propone otorgar a los niños un papel protagonista, concederles la palabra y que los adultos se sitúen en actitud de escucha sería el primer paso: permitir todas las ideas sin restricciones. Los pequeños se convertirían en proyectistas, en aportadores de soluciones nuevas y más creativas. Todo ello al mismo tiempo que se produce un cambio fundamental: ayudar a que la población adulta desarrolle una nueva sensibilidad que tome en consideración la realidad de la infancia, pero también de otros colectivos.
Reconocer a los niños y niñas como agentes activos en la planificación urbana y en la configuración de la ciudad resulta imprescindible si queremos construir entornos más habitables. Además, en la programación y proyección de las ciudades cobra especial relevancia que los sujetos más vulnerables sean quienes se sitúen en el centro, porque de este modo nos aseguraremos de que los espacios se configuren verdaderamente accesibles y disfrutables para todos los colectivos.
Unicef cuenta con un cuaderno de propuestas para una planificación urbana sostenible y responsable con la infancia donde se proponen recomendaciones para los agentes creadores de la ciudad agrupadas en cuatro áreas de intervención: inversión en una planificación urbana sostenible y centrada en la infancia, promoción de la movilidad activa y sostenible, dotación de equipamientos públicos y vivienda, y espacios de juego en las calles, plazas y parques junto a naturaleza.
El último punto de los cuatro identificados, a la hora de atender a las necesidades de la infancia, cobra especial relevancia: otorga al juego el valor y peso crucial que tiene en los más pequeños. En una sociedad donde la racionalidad se ha impuesto como norma y valor primordial, conviene rescatar la parte más lúdica de la experiencia habitable. No se trata solo de proveer a las ciudades de más parques y zonas de esparcimiento, sino de cambiar la manera de entender los espacios en los que vivimos y de añadir la experiencia lúdica a nuestra cotidianidad. Como afirma Tonucci, se trata de que “no esté prohibido jugar y tener tiempo para hacerlo”. Otra sugerencia sería la de los patios escolares abiertos, que puedan convertirse en puntos de juego para los pequeños también en fines de semana o vacaciones; aumentar las zonas peatonales o invertir en aceras adecuadas, parques y zonas de descanso.
Poco a poco, distintas ciudades se han sumado a la nueva óptica de la infancia. Por ejemplo, la ciudad de Copenhague (Dinamarca) se ha transformado en un verdadero parque lúdico, donde las vías públicas se han diseñado pensando en la seguridad y diversión de los más pequeños. Y es que el enfoque en la infancia supone una transformación y un cuestionamiento de los cimientos de nuestras ciudades, haciendo hincapié en las ventajas de implicar a toda la sociedad en encontrar la convergencia entre convivencia, juego y seguridad. Ampliar el horizonte hacia las necesidades y los deseos de niños y niñas consiste en abrir también nuestra concepción de las ciudades y contribuir a que pasen de ser esos monstruos grises del célebre libro de Momo a entornos más amigables, saludables y, en definitiva, más fáciles de disfrutar y habitar en comunidad.
Crear ciudades pensadas para los niños es un desafío que requiere la colaboración de urbanistas, arquitectos, educadores, padres y los propios niños. Al trabajar juntos, se podrán transformar las urbes en lugares donde todos los ciudadanos, sin importar su edad, puedan vivir, jugar y crecer en un entorno seguro y estimulante. La ciudad de los niños es, en definitiva, una ciudad para todos.