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La Casa de Campo, historia y naturaleza de Madrid

  • Madrid

Con sus 1.722,6 hectáreas, el sitio histórico de la Casa de Campo de Madrid es cinco veces más grande que el Central Park de Nueva York.

En él viven 134 especies de vertebrados y una importante población de árboles, entre los que destacan grandes masas de pinos piñoneros y encinas.

 

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Con sus más de 1.700 hectáreas, el sitio histórico de la Casa de Campo de Madrid duplica en superficie al Bois de Boulogne de París, es cinco veces más grande que el Central Park de Nueva York y seis veces más extenso que el Hyde Park de Londres. El parque más grande de la ciudad de Madrid fue declarado Bien de Interés Cultural en 2010, y dentro de sus límites aloja un parque de atracciones, un zoo, recintos feriales, restaurantes, un teleférico y el conjunto ganadero de la Venta del Batán.

Según relata Santiago Soria, subdirector general de Parques y Viveros del Ayuntamiento de Madrid, el gran pulmón verde de la capital “originalmente eran las fincas que rodeaban a Madrid en la Edad Media. Una serie de posesiones agrícolas que estaban cerca de la villa y suministraban alimentos y leña a sus habitantes; de ahí su nombre de Casa de Campo”. Soria aventura incluso la posibilidad de que un ilustre madrileño frecuentase en el siglo XII dichas haciendas: “Es muy probable que allí trabajase san Isidro Labrador para la familia Vargas, dueña por aquel entonces de aquellas tierras”.

Los Vargas administraron y explotaron la finca hasta 1562, cuando el rey Felipe II la compró buscando una salida natural desde el Real Alcázar (que ocupaba el espacio del actual Palacio de Oriente) hacia el monte de El Pardo. Desde ese momento pasó a ser una posesión real, de acceso limitado a la Corte y a los invitados del Rey y su familia.

Sin embargo, la característica valla que circunda todo el parque, muy similar a la del monte de El Pardo, no es de tiempos de los Austrias, aclara Santiago Soria. “De hecho, la empezó Fernando VI y la terminó Carlos III, reyes de la Casa de Borbón”, matiza.

En 1931, el gobierno de la Segunda República incautó la finca y cedió la propiedad de la Casa de Campo al Ayuntamiento de Madrid, que se convirtió desde entonces en un parque público.

 

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El palacio de los Vargas, en pie desde el siglo XVI, es una de las construcciones históricas más características de la Casa de Campo.

El Palacio de los Vargas y otros vestigios

La construcción histórica más característica de la Casa de Campo es el palacio de los Vargas. Edificado en 1519 por encargo de Francisco de Vargas, se mantuvo en su estado original hasta 1767, cuando Carlos III encargó a Sabatini una primera remodelación. En 1808, José Bonaparte eligió este edificio como residencia porque, por su reducido tamaño y por su ubicación, era más fácil de proteger por su guardia personal que el cercano palacio de Oriente. El hermano de Napoleón accedía hasta el palacio de la Casa de Campo por un túnel-gruta que parte de los jardines del Campo del Moro y termina muy cerca del puente del Rey.

El palacio ha sido objeto de restauración por parte del Ayuntamiento para recuperar de su aspecto original y, aún entre vallas de obras, se encuentra a la espera de definir su futuro uso.

La Casa de Campo está llena de otros vestigios históricos. Santiago Soria destaca las obras creadas por Sabatini, como el puente de la Culebra, los tajamares y pasos de agua, y el acueducto, que acaba de ser restaurado. El responsable municipal también pone en valor las huellas del pasado agrícola de este pulmón verde con elementos como “la era de cantos rodados y la huerta de la Partida, que fue recuperada con las obras de Madrid Río, y que durante muchos años fue Jardín de plantas medicinales” Pero la presencia del hombre en el entorno de la Casa de Campo se remonta a tiempos mucho más lejanos: “También hay restos de fondo de cabaña del Neolítico y, en la primera mitad del siglo XX, se descubrieron los restos de una villa romana”, destaca.

 

El lago

El punto más singular de la Casa de Campo, y también el más conocido, es sin duda su lago. Lugar favorito de muchos madrileños para el ocio y el deporte, con su más de ocho hectáreas es la mayor superficie de agua embalsada de la capital. A mediados del siglo XVI, Felipe II, gran aficionado a la pesca, mandó unir dos de los cinco lagos que tuvo la finca para practicar su afición. El estanque resultante es, prácticamente, el mismo que vemos ahora. Otro de los lagos, ya desaparecido, se utilizaba en invierno para patinar y ocupaba el espacio donde actualmente se halla la llamada, por ese motivo, Glorieta de Patines.

 

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El lago de la Casa de Campo, con característico su surtidor de agua. Foto: Kus Cámara

 

Biodiversidad de gran valor

“Para disfrutar de cada rincón de la Casa de Campo hay que pasearla”, apostilla Santiago Soria. “Ver el encinar del pie de sierra, que es lo más bonito que tenemos en Madrid, es algo espectacular. Y disfrutar de la fauna”. Porque, además de ser un bien cultural, el gran parque es un importante refugio de fauna autóctona: dentro de sus límites hay 134 clases de vertebrados. Entre ellas, 100 especies de aves, desde el jilguero al águila imperial. Esta majestuosa rapaz no anida en el parque, pero se puede avistar proveniente del monte de El Pardo. También tienen presencia otras especies como el búho real o cigüeñas y gaviotas, que hacen un alto en el Manzanares, y mamíferos como jabalíes, zorros, conejos y murciélagos. Soria destaca una iniciativa medioambiental poco conocida por los madrileños: “Para los más curiosos, hay dos centros de recuperación de insectos y mariposas”. Pronto se podrán volver a visitar, concertando cita previa en el 010.

No podemos terminar este paseo por la Casa de Campo sin hablar de su rica vegetación. Soria se entusiasma al hablar de ella: “Tenemos, por un lado, toda la flora autóctona del encinar mediterráneo; del pie de sierra del Guadarrama, que es una maravilla, con sus fresnedas y demás. Por otro, la flora introducida, como el plátano, el cedro, el ciprés o pinos exóticos”. También hay presencia de especies vegetales cuya presencia se originó por la actividad humana y el uso ganadero de la finca durante muchos años.

Pero, entre todas las especies, hay una que destaca por su majestuosidad. “Si me dan a elegir, yo destaco los pinares. Tenemos unos preciosos pinos piñoneros de un porte impresionante y unas encinas pluricentenarias, solo comparables a las del monte de El Pardo”, sentencia.

 

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Subida al monte Garabitas, entre hermosos ejemplares de pino piñonero.

17 abril 2020

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Madrid Nuevo Norte


17 abril 2020

por Madrid Nuevo Norte