21 agosto 2020
por Madrid Nuevo Norte
Hay un lugar en el centro de Madrid donde es posible disfrutar de la colección de plantas más variada, pasear ajenos al bullicio urbano, o sentarse al abrigo de tilos centenarios. Con sus más de 5.000 especies, el Real Jardín Botánico es también un referente vivo de la ciencia y la cultura. Aunque todos los años se sitúa en los primeros puestos de los museos de Madrid más frecuentados por visitantes de todas partes del mundo, muchos madrileños desconocen aún su importante labor como centro de investigación.
El objetivo de esta institución con más de 200 años es promover el conocimiento, la conservación y el disfrute de las plantas y de su medio natural. Una labor en la que lleva trabajando durante las últimas tres décadas Mariano Sánchez García, conservador del Real Jardín Botánico-CSIC, jefe de la Unidad de Jardinería y Arboricultura, y hoy guía de excepción en el delicioso paseo por su historia, anécdotas y riquezas que ahora comenzamos.
Hay que viajar hasta 1755 para ahondar en los orígenes de esta institución. Su primer emplazamiento lo tuvo bajo el mandato de Fernando VI en la llamada huerta de Migas Calientes, a orillas del río Manzanares. Hoy en día, un vivero municipal recuerda esa ubicación original al norte del puente de los Franceses.
El ambicioso programa científico ideado por Carlos III junto a su residencia del Buen Retiro convertía al Salón del Prado en el lugar perfecto para su colección de plantas. En 1781, siete años después de que el rey ordenase el traslado del Botánico, se inauguraba en el Salón del Prado el que sería el jardín definitivo, en la conocida como Colina de las Ciencias. “Este espacio incluía varias instituciones, entre ellas, el Gabinete de Ciencias Naturales, que hoy es el Prado, el propio Jardín Botánico y el cercano Observatorio Astronómico”, contextualiza Sánchez García.
El Real Jardín Botánico sería, sin duda, uno de los lugares preferidos de Carlos III en Madrid. Desde él se planificaron expediciones científicas para explorar la riquísima vegetación de América y Filipinas, entre ellas la más célebre, la organizada por Alessandro Malaspina.
El nuevo proyecto fue ambicioso desde su gestación. El rey se lo confió a su arquitecto de cabecera, Sabatini, aunque finalmente entró en escena otro arquitecto real, Juan de Villanueva, responsable también de los edificios que albergarían el vecino museo del Prado y el Observatorio Astronómico. Este último arquitecto es el que diseña “un jardín neoclásico, evolucionado del renacentista, con unas figuras muy geométricas centradas en torno a una fuente”, tal y como lo describe Sánchez García. “Esta disposición permitía ordenar todas las plantas cronológicamente en el jardín”, destaca, en una secuencia según su aparición en el planeta a lo largo de las distintas eras, “desde los helechos a las palmeras y las orquídeas, las más modernas”. Actualmente, una de las tres terrazas del jardín reproduce esa distribución.
Además del conjunto de terrazas escalonadas, son también de aquellos años la verja que rodea el jardín y los emparrados, ligerísimas estructuras metálicas recubiertas de vegetación, que se conservan en un excelente estado. También se levantó entonces el edificio más representativo del recinto, el invernadero del Pabellón Villanueva. Ya a finales del XVIII, Villanueva construye también la puerta de Murillo, que hoy continúan cruzando los visitantes, mientras que la puerta del Rey, diseñada por Sabatini hacia el paseo del Prado, permanece cerrada. Desde su construcción, el paso bajo su arco central está reservado para las visitas reales.
El Real Jardín Botánico ha tenido una vida azarosa, muy unida al devenir de Madrid. Así, durante la Guerra de la Independencia sufrió años de abandono, y con la reordenación de la explanada de Atocha comenzada en 1882 perdió hasta dos hectáreas. Sobre ese espacio se levantó el Ministerio de Fomento, hoy de Agricultura. No sería la última mengua del conjunto, puesto que “ya a principios del siglo XX se abrió la calle Claudio Moyano, perdiéndose la zona de viveros”, explica su conservador, quedando desde entonces su espacio reducido a ocho hectáreas. Además, sus centenarios ejemplares arbóreos han sobrevivido a enfermedades y hasta al ciclón que azotó Madrid en 1886 y que afectó gravemente al conjunto.
Un capítulo poco conocido de su historia tuvo lugar también en el siglo XIX. En 1857 se instaló un pequeño zoológico en el jardín botánico, que doce años después se trasladaría al parque del Buen Retiro bajo el nombre de Casa de Fieras. Durante esos años, el Botánico albergó numerosas especies de aves domésticas, incluidos pavos reales, así como otras especies como puercoespines, canguros, ciervos, llamas o cebúes.
La adscripción en 1939 del Real Jardín Botánico al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) resultó un hecho fundamental para el futuro de la institución. Hoy, el Real Jardín Botánico está más cerca que nunca de todos los ciudadanos gracias a la variada agenda de visitas guiadas y actividades temáticas para todos los públicos, a lo que hay que sumar la celebración en los meses de verano de conciertos al aire libre, así como su inclusión en el circuito de Photoespaña.
El jardín se adapta a los nuevos tiempos mejorando sus instalaciones. Próximamente incorporará una nueva aula medioambiental y un invernadero de investigación, y además ha abierto una coqueta tienda y una agradable cafetería con terraza, para descanso de los visitantes.
La colección del Botánico consta de más de 5.000 especies, por lo que resulta imposible intentar ahondar en ese catálogo en tan solo unas líneas, pero no se puede pasar por alto que cuenta con “uno de los mejores herbarios de Europa”, como nos destaca su conservador, o con la colección de 600 orquídeas diferentes, cuya contemplación es uno de los mayores alicientes.
En el paseo exterior se puede disfrutar de las vistosas dalias, especie procedente de México y con especial significación, puesto que se introdujo en Europa por primera vez gracias al Botánico. Es uno de los muchos legados de Antonio José Cavanilles, el botánico y pionero naturalista del siglo XVIII que llegó a dirigir la institución unos años, hasta su muerte en 1804.
Aún cerrados debido a la actual crisis sanitaria, los dos invernaderos volverán a dar la oportunidad de disfrutar de sus plantas de exóticas procedencias, tan pronto como las condiciones lo permitan. Se organizan en cuatro climas diferentes. El desértico es uno de los más sorprendentes a ojos de los niños, pero también llama la atención el sinuoso recorrido por el tropical, el templado y la estufa fría.
La colección ha ido creciendo a lo largo de la historia por distintos motivos. Quizá el más curioso sea la donación en 1996 de la colección de bonsáis del expresidente del gobierno Felipe González. Desde 2005, los bonsáis se exhiben en una terraza especialmente acondicionada para este conjunto de 61 ejemplares, considerado el más importante de especies autóctonas ibéricas y que permite disfrutar de un diminuto tejo y otros pequeños ejemplares, entre ellos los de sabina negra, acebuche, alcornoque, encina y olmo.
¿Cuál es la mejor época para visitar el Botánico? “A mí me gustan mucho las flores de primavera”, explica el conservador del jardín, “pero el cromatismo que tienen las hojas en los primeros días de noviembre no tiene comparación”. Un tiempo que se disfruta de una forma especial gracias a la decisión de no barrer las hojas caídas en algunos de sus paseos, acentuando los vivos colores en sus superficies, los sonidos al pasear por ellos y el olor a otoño. “Un auténtico jardín de los sentidos”, sentencia Sánchez García.