18 septiembre 2020
por Madrid Nuevo Norte
El gran cambio que experimentó Bilbao a partir de la década de 1990 supone uno de los mejores ejemplos de cómo una actuación de regeneración urbana puede transformar una ciudad y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Bilbao experimentó una espectacular renovación que tuvo gran repercusión social y difusión internacional, y que fue abanderada por su edificio más icónico, el museo Guggenheim del arquitecto Frank Gehry, el cual destacó entre el resto de los edificios contemporáneos que se construyeron en esos años. No obstante, el proceso de renovación de la ciudad fue mucho más complejo y no sería justo atribuírselo exclusivamente al conocido como “efecto Guggenheim”, término con el que se conoce a la atracción que provocó este singular centro de arte de atrevidas formas.
La transformación urbana comenzó a finales de los años 80 con el inicio de las obras de Metro Bilbao, que fue inaugurado en 1995. El metro resultó ser una infraestructura crucial para Bilbao tanto por unir las poblaciones que conforman el llamado “Gran Bilbao”, el área metropolitana en torno a la ciudad, sino también por la representatividad de su diseño característico, que se encargó al arquitecto Norman Foster y que lo ha convertido en una atracción turística por sí solo.
Pero el impulso definitivo tuvo lugar en 1992 con la creación de la sociedad que llevaría a cabo la regeneración urbanística de la ciudad y su entorno, Bilbao Ría 2000. A partir de ahí, se inició la recuperación de zonas degradadas y áreas industriales obsoletas. El corazón de la metamorfosis bilbaína que impulsó el gran cambio hacia la hoy cosmopolita Bilbao fue la regeneración de los antiguos terrenos industriales de Abandoibarra a orillas de la ría, y su urbanización. Un tapiz sobre el que se colocaron todas esas piezas de diseño contemporáneo, recuperando terrenos de una industria pesada que hacía tiempo que había dejado de ser rentable y había pasado a suponer una pesada carga para la ciudad. La intención de la actuación era crear un nuevo centro para Bilbao, prolongando con él el ensanche del siglo XIX, y transformar la ría en un eje vertebrador de la ciudad, ahí donde antes había una barrera urbana.
Es un objetivo que se ha logrado, ya que el paseo de Abandoibarra une hoy peatonalmente barrios e instituciones relevantes, como el propio Guggenheim o el palacio de congresos Euskalduna, finalizando su recorrido justo antes del Museo Marítimo y su elemento más icónico, “Carola”, la imponente grúa monumental de los antiguos astilleros que se ha conservado en su ubicación original.
La clara prioridad peatonal y la apuesta por los espacios verdes, así como por la movilidad sostenible estructurada por el tren ligero, son algunas claves de la ambiciosa actuación que se realizó a orillas de la ría, pero no las únicas.
El diseño del espacio público ha de tener en cuenta aspectos como la accesibilidad y la movilidad, pero también otros como el respeto a la identidad propia de la ciudad, o la inclusión de arte urbano. Y es que un buen diseño urbanístico, volcado en el bienestar de las personas, va más allá de los aspectos meramente funcionales y logra que te apetezca recorrer sus calles y parques, quedarte en ellos. Eso es precisamente lo que ocurrió con la ribera sur de la ría bilbaína tras un proceso de transformación que duró 15 años y culminó con la apertura del parque de la Campa de los Ingleses en 2011, un área antiguamente dedicada a uso portuario y ferroviario.
Un elemento que destaca especialmente en la zona de la Campa de los Ingleses, diseñada por el equipo formado por Diana Balmori y RTN Arquitectos, es el uso de los pavimentos para el suelo. Por un lado, se utilizaron en aceras y pasos peatonales los mismos materiales que en el resto de Bilbao, para conseguir continuidad visual y que los ciudadanos identificasen claramente la nueva zona con la ciudad. Por otro lado, se tuvo un especial cuidado en la selección de materiales y especies vegetales con criterios medioambientales. Se incorporó al pavimento un aditivo procedente de residuos industriales que da a los suelos capacidad para absorber el CO2 del ambiente, reduciendo de este modo la huella de carbono del pavimento. A su vez, el césped se entremezcla con otras especies, como flores silvestres y tréboles que fijan el nitrógeno en el suelo. Ahí, es reaprovechado por el resto de especies vegetales.
Sobre el césped discurre también el tren ligero que recorre la ría a lo largo del paseo de Abandoibarra, un ferrocarril urbano cuyas vías quedan totalmente integradas en la vegetación, de forma que los trenes parecen deslizarse sobre una alfombra verde. Además, para el mobiliario urbano —farolas, bancos, etc.— se utilizaron materiales seleccionados para que recordasen el pasado industrial de la zona, como el acero autooxidado y el acero inoxidable.
Ese cuidado de la identidad histórica de la ciudad y de la movilidad sostenible, así como un paisajismo de escala humana, con sus coloridas zonas de juegos y un interesante programa de arte urbano, han sido algunos de los ingredientes fundamentales para que Abandoibarra se convierta en lo que es hoy: una de las zonas más transitadas y queridas por los bilbaínos y los visitantes.