16 agosto 2019
por Madrid Nuevo Norte
Los caramelos de violeta se han convertido en uno de los sabores más característicos de la capital, y eso es debido a un comercio centenario, “La Violeta”. La apuesta por lo auténtico y el cuidado de los detalles han sido claves para la supervivencia de esta tienda tradicional, un auténtico caso de éxito de comercio de proximidad.
La apertura de “La Violeta” en 1915 se debió al empeño de su fundadora, Pilar Termiño. Y la creación de su golosina más emblemática estuvo inspirada por la proliferación por aquella época de violeteras, que vendían sus ramilletes por las calles del centro, las mismas que también inspiraron el famoso cuplé de José Padilla. Desde entonces, los dulces hechos con esta flor acercan Madrid a la ciudad francesa de Toulouse, en la cual desde antaño se producen también caramelos a partir de su esencia, ya que la violeta es un cultivo tradicional de dicha región.
Con un “¿quiere usted un caramelito?” siempre en la boca, Pilar se apostaba invariablemente detrás del mostrador. Ella y su marido Mariano se inclinaron por dar protagonismo a esas flores dulces, con forma, sabor y aroma a violeta, que mostraban en un pequeño cuenco, aunque entonces no era el producto estrella del local, como lo es ahora. El matrimonio tenía claro que quería desviarse de la tradición pastelera familiar y apostó entonces por una creación propia y desconocida. Hoy en día, las ventas de violetas rondan actualmente los 400 kilos semanales en la tienda física, a lo que ya hay que sumar las que se venden por internet.
La Violeta se ubica en la céntrica plaza de Canalejas, a un paso de los principales teatros de la capital y de numerosas instituciones públicas. El local se mantiene inalterable en aspecto y tamaño y en su interior de reducidas dimensiones no cabe una decena de personas al mismo tiempo. Para conservar la imagen histórica de la tienda “hace falta barnizar cada poco los muebles, restaurarlos, abrir con cuidado la puerta, que tiene cien años, y limpiar con frecuencia la lámpara de cristal, para que luzca”, cuenta Teresa de Prado, tercera generación de la familia fundadora. “Aquí todo es antiguo” comenta, hasta el sabor. “La gente nos asocia con un sabor del pasado y estoy de acuerdo” afirma Teresa, que considera que “esto se va transmitiendo de padres a hijos” y que la frase “Me recuerda a mi abuela” es la que más repiten sus clientes.
El establecimiento ha sido proveedor de la Casa Real: Alfonso XIII encargaba asiduamente violetas para su mujer, Victoria Eugenia de Battenberg. En el histórico de clientes de este establecimiento destacan también figuras como el escritor Jacinto Benavente, que las compraba cuando iba camino de su tertulia diaria en el desaparecido café del Gato Negro y Carlos Luis Baltasar del Valle-Inclán, hijo del insigne dramaturgo gallego. La estratégica ubicación de la tienda ha propiciado además la afluencia hasta nuestros días de muchos clientes anónimos y también otros más conocidos, como políticos procedentes del Congreso de los Diputados y la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol, o actores y actrices de los teatros próximos, entre ellos el María Guerrero, el Príncipe o el Español.
Hoy el grueso de su clientela lo forman turistas procedentes de todos los rincones del mundo. Los compradores se llevan las violetas en los más variados recipientes: las típicas cajitas de lata, frascos de cristal y de porcelana, coquetas cajas de cartón o pequeñas sombrereras. Además del caramelo clásico, el local cuenta con otros tipos de caramelos y bombones, pero el producto más caro de la tienda es también de color morado: se trata del pétalo de violeta escarchado, que se vende a 120 euros el kilo.