7 julio 2022
por Madrid Nuevo Norte
Este pequeño templo, recientemente restaurado, es una de las señas de identidad del histórico barrio y alberga uno de los tres únicos artesonados de lacería mudéjar que se conservan en Madrid.
Rescatada por el Ayuntamiento de Madrid de un avanzado estado de degradación, esta ermita del siglo XVI será protagonista de un parque dentro del eje verde con el que Madrid Nuevo Norte unirá la ciudad con El Pardo.
El antiguo pueblo de Fuencarral, hoy distrito, ha recuperado una de sus señas históricas con la restauración integral de la ermita dedicada a San Roque, del siglo XVI, cuyo discreto aspecto exterior esconde uno de los tres únicos artesonados de lacería mudéjar que se conservan en la ciudad de Madrid. En el marco del proyecto de regeneración urbana Madrid Nuevo Norte, la ermita permanecerá en su ubicación original y se convertirá en pieza fundamental del eje verde que unirá los espacios públicos de la zona norte del ámbito del desarrollo urbanístico con el monte de El Pardo.
El elemento más destacado de este monumento es el artesonado, que cubre la totalidad de su espacio interior. También llamados “armaduras de lazo”, los artesonados son una de las características más representativas de los interiores en la arquitectura mudéjar, estilo histórico genuinamente español que surgió de la aplicación a construcciones cristianas de técnicas, materiales y formas procedentes de la arquitectura islámica. Sus impresionantes techumbres de madera trabajadas con forma de artesa invertida (de ahí el nombre de artesonado) reproducían formas geométricas que eran trabajadas por maestros altamente especializados y valorados.
Como explica el arquitecto que dirigió los trabajos de rehabilitación del edificio, Pedro Ponce de León, “su diseño y construcción se basó en un profundo conocimiento de la geometría, de las técnicas del ensamble y del comportamiento estructural de la madera”. Comparado con los otros dos únicos artesonados de madera madrileños de origen mudéjar que se conservan, los de la iglesia de Santa María la Blanca, en Canillejas y la céntrica San Nicolás de los Servitas, ambas del siglo XV, la singularidad de San Roque radica en que, siendo una ermita de dimensiones más modestas, el artesonado abarca la totalidad de la techumbre del templo, explica el arquitecto.
“El reto principal de la restauración del artesonado”, expresa el arquitecto, “fue recuperar su estabilidad y solidez con intervenciones mínimas, y además hacerlo ‘in situ’, preservando su autenticidad y evitando así su completo desmontaje y traslado a un taller”.
Al grave deterioro que sufría por la humedad provocada por la infiltración de agua de lluvia, causante de la pudrición de la madera y de la presencia de insectos xilófagos, hay que sumar el ennegrecimiento del interior -por el encendido de fogatas durante sus años de abandono- y la falta de mantenimiento. La restauración, promovida por la Dirección General de Patrimonio del Ayuntamiento de Madrid, se ha llevado a cabo con un criterio de conservación de los elementos originales allá donde ha sido posible, según explica Roberto de las Heras, responsable técnico de la empresa Madeplagas, que ha participado en los trabajos.
Este experto en restauración de carpinterías de armar en edificaciones históricas especifica que “aproximadamente, se aprovechó el 20% de tablazón de cierre de madera y elementos del artesonado de tabla de cintas y saetinos, el resto se tuvo que colocar nuevo”. El técnico explica que “había elementos que estaban en tan mal estado que hubo que reponerlos, como las vigas denominadas durmientes”. Y es que la pudrición continua y constante, cuando alcanza niveles muy avanzados, hace que la madera pierda consistencia, se desprendan gran parte de sus fibras, y sea irrecuperable. Para las reposiciones se ha utilizado la misma madera de la estructura original, pino silvestre.
“Después de nivelar, reforzar, reponer, lijar, etc., se aplicó a la madera un tratamiento químico”, detalla De las Heras, para proteger y curar la madera, así como para evitar la presencia de insectos que se comen la madera. Posteriormente, se aplicó “un acabado decorativo, entonando tanto la parte nueva como la vieja, con el fin de suavizar las diferencias”, explica el experto.
En la parte central del artesonado, que recibe el nombre de “almizate” y que era la más decorada en esta techumbre, “faltaba una zona de lacería y, basándonos en los trazos que había en los propios nudillos del almizate, se pudieron recomponer esas figuras geométricas que había a base de estrellas de cuatro puntas, aprovechando elementos que quedaban”, añade Heras.
Según el arquitecto encargado del proyecto, la techumbre es aún más antigua que el resto del edificio: “Parece claro que no se construyó ‘ex profeso’, sino que fue transportada desde otro lugar y edificio distinto, lo que requirió ajustes y modificaciones en las coronaciones y la traza de los muros perimetrales de la ermita”. Muros que también han sido restaurados y que están construidos a base de ladrillo y cajas de piedra menuda con barro sin cocer o tapial, como detalla Ponce de León.
Durante la restauración, tuvo lugar un hallazgo sorprendente: tal y como narra el arquitecto, en las labores de limpieza y apertura de las antiguas hornacinas del ábside “aparecieron, embutidas en las dos laterales, unas imágenes de santos de gran interés, que habrían sido ocultadas apresuradamente allí, bajo un tabique de fábrica, y que fueron trasladadas para su restauración”. Por su parte, el historiador local de Fuencarral, José Martín de la Fuente, destaca que de entre las imágenes ahora descubiertas, “la más valiosa es un san Antón de la escuela de Alonso Berruguete”.
En opinión del arquitecto restaurador, “la ermita constituía con toda seguridad un hito aislado en el paisaje rústico de Fuencarral a partir de los siglos XVII-XVIII”. Y respecto a su uso, aclara, el conjunto “presenta una pequeña estancia adosada al exterior del ábside, de construcción más reciente, que permitiría ser utilizada como un pequeño lazareto para enfermos o para el custodio de la ermita”. Y es que por entonces existía una arraigada tradición del uso de las ermitas dedicadas a San Roque -santo patrón de los enfermos y peregrino a Roma- para acoger a enfermos y caminantes. A esto se suma el hecho de que la ermita se encontraba en el paso natural por Fuencarral de Madrid hacia Santiago de Compostela, por lo que es posible que en su día sirviese como un pequeño hospital para peregrinos.
Según el historiador José Martín de la Fuente, el siglo XVI, cuando fue construido el templo, fue “un periodo azotado por sequias, inundaciones y epidemias múltiples, principalmente peste y catarros que, a buen seguro, poco diferirían del actual Covid-19”. Debido a ello, explica el historiador, la villa de Madrid hizo en el año 1507 voto perpetuo a San Roque, un hito del que se tiene constancia documental.