13 enero 2020
por Madrid Nuevo Norte
¿Quién no ha fotografiado la Gran Vía utilizando de fondo el neón de Schweppes, o la Puerta del Sol con la silueta de Tío Pepe? Algunas ciudades como Londres, Nueva York, Las Vegas o París han incorporado, con el paso de los años, sus rótulos luminosos más emblemáticos a su identidad como ciudad. También Madrid.
El inventor francés Georges Claude demostró a comienzos del siglo XX que se podía producir luz al aplicar descargas eléctricas dentro de un tubo de vidrio con gases nobles. La luz roja anaranjada producida por el gas neón fue la que más sorprendió a la sociedad de la época, y por ello se comenzó a llamar con el nombre de este elemento químico a todos los luminosos, fuese cual fuese el gas utilizado y su color resultante.
Pronto se pensó en aplicar el descubrimiento al mundo de la publicidad y, a partir de los años 20 del pasado siglo, “el neón empezó a dibujar muchas ciudades, en especial París, aportando una fuente de luz y una potente comunicación”, como explica Luisa Álvarez, artista y artesana del neón y creadora de iluminarias arquitectónicas desde su taller We Love Neon, en Madrid.
“El poder del neón radica en esa capacidad de redibujar la fachada de un edificio cuando duerme en la noche, incluso aportando movimiento”. Con este entusiasmo habla del tema Álvarez mientras se dispone a ejercer de cicerone en un recorrido por los carteles luminosos más emblemáticos de Madrid.
Las nuevas normas para regular la publicidad exterior supusieron, desde comienzos del siglo XXI, la progresiva desaparición de la gran mayoría de los grandes carteles de la capital. Sólo unos pocos merecieron el indulto municipal, por haberse incorporado de forma indisoluble a la imagen de Madrid.
La esbelta proa del edificio Carrión en la confluencia de Gran Vía con Jacometrezo luce, desde 1972, el neón más emblemático de Madrid. Sus 104 tubos, ubicados a 37 metros de distancia de la acera, miden más de 10 metros de alto y nueve de ancho. Se diría que el cartel y el edificio están hechos el uno para el otro y, hasta cierto punto, así es, pues su fachada fue ya proyectada en 1933 por los arquitectos Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced con la intención de que sirviese de soporte para publicidad. Una atalaya privilegiada en un punto emblemático de la ciudad, que antes de alojar el famoso letrero mostró uno de la marca de tabaco Camel, además de otros carteles de menores dimensiones, que solo quedan en la memoria de los madrileños más veteranos.
Pero, de todos ellos, fue el de Schweppes el que se convirtió en icónico para la capital por derecho propio: “Su poder visual se apoya en el conjunto de todos los colores que combina y el movimiento que ofrece”, explica Álvarez de este gran luminoso, uno de los pocos que han sobrevivido al paso de los años. No en vano forma parte de la imagen capitalina, inmortalizada por el cine en películas como El Crack de José Luis Garci, y sobre todo por el director Alex de la Iglesia en su celebrada escena de El día de la bestia (1995), si bien la proeza de Santiago Segura colgando de sus tubos luminosos se rodó en estudio.
En los bajos del mismo edificio. el Carrión, se encuentra uno de los mejores conjuntos de neón de Madrid, sobre la marquesina del popular cine Capitol, que ha sido sede de numerosos estrenos cinematográficos. El luminoso “interrelaciona con maestría con la arquitectura de este edificio de aire modernista”, explica Álvarez.
Madrid tiene una especial relación sentimental con este luminoso. El Ayuntamiento también protegió este cartel, que desde 1935 se ubica en el corazón de la ciudad. La primera versión que González-Byass instaló sobre la cubierta del Hotel París, en el número uno de Puerta del Sol, era más sencilla que la que vemos en la actualidad: una copa de vino de Jerez sobre su logotipo. Unos años después se modificó al actual diseño, más vistoso, “con una rotulación muy característica y de gran calidad”, señala Álvarez.
En 2011 la propiedad del inmueble cambió, negándose a mantener la publicidad. Tras meses de polémica y de incertidumbre sobre el futuro de este icono urbano, el luminoso cambio al número 11 de la misma plaza, y se aprovechó la ocasión para su total restauración.
El nombre del histórico Hotel Palace luce, con sus grandes letras bicolores, sobre la fachada de 1912 del emblemático hotel diseñado por Eduard Ferrés i Puig, en una de las manzanas más distinguidas de la ciudad. Su rótulo puede ganar en elegancia, pero no en visibilidad al anuncio de Iberia en el encuentro de la Avenida de América con Francisco Silvela. El letrero de la aerolínea se ubicó sobre un edificio de 22 alturas, obra de los arquitectos Ignacio y Gonzalo de Cárdenas, construido en 1953. Era tal el poder visual del cartel que los madrileños bautizaron el edificio como la ‘Torre de Iberia’. Recientemente, tras el cambio de logo de la compañía, ha sido sustituido por un nuevo diseño.
El anuncio de la marca de relojes Rolex destaca en una de las vistas más fotografiadas de Madrid, la que ofrece el conjunto de fachadas del edificio Metrópolis y Grassy; en éste se encuentra uno de los últimos carteles emblemáticos en este recorrido. Aunque el luminoso es del siglo XXI, su emplazamiento estuvo ocupado con anterioridad por otras marcas de relojes comercializadas por la joyería que se ubica en los bajos del inmueble.
El recorrido por los carteles luminosos de Madrid también ofrece otras sorpresas. Alguno destaca por formar parte del escaparate de locales con solera, pese a ser de menor tamaño, como sucede con la coctelería Museo Chicote, la chocolatería San Ginés o el bar El Brillante, en la glorieta de Atocha. Desde la década de 1950, este castizo local luce el cartel con su nombre sobre la marquesina, igualmente iluminada. La densidad en la zona de neones con carácter es alta, ya que en lo alto del mismo edificio destacan las letras rojas del gran cartel del Hotel Mediodía, señalando la puerta de entrada al corazón de la ciudad.
Hoy los neones son cada vez menos habituales y son sustituidos por otras fuentes de iluminación más modernas, como el LED, pero el componente artesanal y el encanto y el atractivo de los tubos delicadamente doblados para conseguir las formas de las letras y las siluetas iluminadas siguen teniendo un lugar en nuestras ciudades, para deleite de los más nostálgicos.