6 noviembre 2019
por Madrid Nuevo Norte
“De Madrid al cielo”, reza el dicho popular, y el cielo de Madrid no sería lo mismo sin sus aves. Siempre presente, la fauna alada es un tesoro que enriquece la biodiversidad de la capital, aunque a menudo pasa desapercibida delante de nuestros ojos.
Pese a ser una gran urbe, la extensa red de parques de la ciudad y la existencia de espacios naturales de alto valor ecológico como el río Manzanares, la Casa de Campo o el Monte de El Pardo hacen que en la capital puedan avistarse más de 180 especies de pájaros. “La riqueza y variedad de especies de aves en Madrid es muy relevante, y esta diversidad es un claro ejemplo de calidad medioambiental de la ciudad”, señala la bióloga Eva Banda, instantes después de soltar un ejemplar de martín pescador que acaba de anillar en el parque de Juan Carlos I.
Esta investigadora forma parte del Grupo de Seguimiento de Biodiversidad de la Universidad Complutense y lleva más de 20 años anillando aves en los parques madrileños, una práctica que permite identificar a cada ave para hacerle seguimiento.
Eva Banda indica que actuaciones como la renaturalización del río Manzanares o la creación de grandes parques urbanos han sido claves para la buena salud de la avifauna de Madrid. “Las aves son muy agradecidas y enseguida hacen suyo un lugar que cubra sus necesidades, del mismo modo que lo abandonan si detectan problemas”, explica la bióloga, quien además destaca como un factor determinante “la aportación histórica de dos espacios naturales como la Casa de Campo y el monte de El Pardo”. En este último anidan especies tan espectaculares como el águila imperial ibérica.
En los últimos años ha aumentado la superficie de parques urbanos en Madrid, y por tanto el hábitat para las aves capitalinas. Todo indica que en el futuro se va a consolidar esa tendencia, con proyectos incipientes como la futura “Casa de Campo del Norte”, que prolongará la masa forestal de Valdelatas. El extenso corredor verde del proyecto Madrid Nuevo Norte, limítrofe con ese gran pulmón del distrito de Fuencarral-El Pardo, aportará también su grano de arena, uniendo el eje de la Castellana con El Pardo, y prolongando la red de zonas verdes existentes, en una sucesión lineal de nuevos parques. Además, el futuro Parque Central plantará 13 hectáreas de vegetación y de árboles de gran porte, y servirá de nuevo refugio para las aves y la biodiversidad de la zona.
Eva Banda se resiste a destacar unas pocas especies de aves como las más emblemáticas de Madrid. “Cualquiera de esas más de 180 especies que, sabemos, viven o nos visitan, es igual de importante”, aclara. Empezar por diferenciar entre las aves que conviven con los madrileños durante todo el año y las que lo hacen de forma ocasional es un buen camino para entender a estos seres alados un poco mejor y, por tanto, disfrutar de ellos.
Las llamadas aves residentes son las especies locales, como la cigüeña blanca, la paloma torcaz o el mirlo, y también aves forestales como el herrerillo común o el carbonero.
En cuanto al resto de aves, no residentes, alternan Madrid con otras regiones a lo largo del año. Las aves estivales eligen Madrid desde la primavera hasta principios de agosto. Algunas de las más comunes son la abubilla, que pasea su vistoso plumaje desde África, el ruiseñor, la golondrina, el vencejo o el avión común. Por su parte, las aves invernantes, muy abundantes en Madrid, llegan en los meses de frío desde tierras donde el manto de nieve dificulta su alimentación. Entre las especies que recibe Madrid en invierno están las gaviotas, los petirrojos, o la curruca capirotada.
Capítulo aparte merecen las aves de paso migratorio, que utilizan Madrid como lugar de paso en su periplo hacia otro lugar, descansando en parques y zonas de agua y parando a alimentarse durante unas horas o incluso varios días, según el hábito de cada especie. El carricero común, el zarcero y el papamoscas son algunas de estas especies visitantes.
Las aves que crían en agujeros, en muchos casos aprovechando oquedades y grietas de edificios para construir su nido, reciben el sonoro nombre de especies trogloditas. Entre ellas, en Madrid se puede avistar algunos halcones que anidan en varios de los edificios de mayor altura. El distrito de Villa de Vallecas da cobijo al cernícalo vulgar y al cernícalo primilla, especie en peligro de extinción. Los gorriones, una de las especies más familiares para los madrileños, así como los vencejos y los aviones comunes son también especies trogloditas. Aunque no siempre a la vista, sus nidos pueden estar muy cerca de la ventana de cualquier madrileño.
“En los meses de otoño”, comenta Banda, “sobre todo podemos ver aves de paso migratorio postnupcial”. Se han reproducido al norte y paran aquí para descansar y alimentarse en el camino a su lugar de invernada, explica la bióloga.
La investigadora nos descubre un hecho poco conocido: Además de a las personas, la ciudad proporciona a las aves puntos de referencia e hitos que les sirven para orientarse en su vuelo. Así en otoño, los bandos de grullas “utilizan el eje de la Castellana como accidente geográfico que les guía en su camino hacia Extremadura” Del mismo modo, añade Eva Banda, las cigüeñas negras se sirven de la A-2 como guía para llegar a Madrid desde Francia.
Durante los meses otoñales en Madrid también es posible ver el majestuoso vuelo de águilas como la culebrera y la calzada que, aunque no pernoctan en la ciudad, cruzan el casco urbano en su periplo en busca de alimento. Además, patos y otros ánades utilizan sobre todo los embalses como base de descanso en su migración.
Eva Banda no quiere dejar de hablar también de algunos de los retos de la avifauna madrileña que más preocupan a los madrileños: la sobrepoblación de palomas y la invasión de cotorras, dos problemas de muy distinto origen. La razón del exceso de población de palomas no sólo se debe a su variadísima dieta sino también a que son alimentadas por el ser humano. La investigadora advierte: “Cuando se pare esta práctica, la propia especie tenderá a autorregularse, porque en la actualidad una paloma puede tener cuatro pollos cuando debería tener solo dos. Es un problema común en muchas ciudades, por eso en algunas europeas incluso se prohíbe alimentarlas”.
En cuanto a las cotorras, especie invasora que llena desde hace años los parques de la ciudad, “son un problema medioambiental”, resume Banda. Con un arraigado sentido de territorialidad, su continuo canto produce estrés en otros animales. “La suelta de estas aves que habían sido adquiridas como mascotas ha producido un desequilibrio absoluto porque no tienen depredadores naturales y el clima les favorece”.
Es el caso más conocido de especie invasora, pero no el único. La reciente colonización de Madrid por el ganso del Nilo, aún incipiente, también se observa con preocupación.